Sermones
www.iglesiareformada.com

SEGUNDO SERMON SOBRE LA ASCENCION DE NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO
Por Juan Calvino

"Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, Sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí.
Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días" (Hechos 1:4-5).

Anteriormente hemos discutido la obediencia de los apóstoles al esperar pacientemente esta promesa que les fue dada por boca de Jesucristo, y si bien ya habían sido instituidos en el oficio de apóstoles, no por eso pretendieron comenzar con la predicación, esperando hasta haber sido confirmados por el Espíritu Santo. Esa es, entonces, obediencia con humildad, sabiendo que tenían que ser guiados por Dios. Ahora tenemos que discutir lo que se agrega, aquellos que Jesucristo les menciona respecto de la promesa de Dios su Padre, diciendo: "La cual oísteis antes de mí." Como diciéndoles que no debían esperar de Dios lo que les parecía bien, sino lo que les había prometido. En resumen, la doctrina que tenemos que recibir aquí es que nuestra fe no tiene que estar fundada en lo que nosotros hayamos pensado por nosotros mismos, sino en lo que nos fue prometido por Dios. Como dice San Pablo: "La fe viene por el oír,  no por oír la proposición que los hombres nos pueden presentar de parte de ellos mismos, sino por el oír únicamente la palabra de Dios. En efecto, puesto que estamos inclinados hacia diversas tentaciones, es sumamente necesario que estemos fundados en Dios, y que incluso nos haya hablado. Pero, ciertamente, no descenderá del cielo para hablarnos. Eso es verdad. Por eso tenemos que estar seguros de que la doctrina que nos es predicada proviene de él, como que también Jesús se constituyó en testigo al hablar a los apóstoles. "Lo que yo les anuncio," les dice, "es lo que he aprendido de mi Padre. Y de ninguna manera tienen que desconfiar de mí, porque soy un testigo fiel." En efecto, como también vemos que en ningún momento Jesucristo excedió las atribuciones de su oficio. Entonces, en todo lo que esperamos, procedamos a no mirar aquí o allá, en cambio, contentémonos con su palabra. Además, puesto que muchas veces es abusado el nombre de Dios, consideremos cuidadosamente si es él quien nos ha hablado. Ahora bien, no tenemos a Jesucristo para hablarnos en persona, sin embargo, él ratifica lo que está contenido en la Ley y los Profetas. Entonces, de ninguna manera hay que dudar de la doctrina. ¿Por qué no? Porque ha sido probada. Es por eso que, siguiendo esta doctrina, no podemos fallar. Al contrario, es en vano que digamos, "Somos cristianos," cuando solamente tenemos una frívola opinión. Ahora bien, consideremos cual es la fe del papado. Ellos dirán: "Creo esto y aquellos." Pero si se les pregunta, "¿Por qué lo cree?" dirán que es porque alguien les dijo hacerlo. "¿Pero, quién les ha dicho eso?" "Ellos son nuestros predecesores." Por eso es que no hay certeza en su fe, sino únicamente una opinión frívola. Entonces tenemos que considerar la gracia que Dios ha manifestado hacia nosotros al rescatarnos del papado. Porque no estamos basados en una suposición, sino que tenemos esta verdad infalible que él nos ha dado, sobre la cual tenemos que estar fundamentados. Es cierto que esto no puede ocurrir a menos que sea ratificado por el Espíritu Santo en nuestros corazones. Porque de otra manera sería en vano decir: "Dios ha hablado; esta doctrina proviene de él." Hasta que no haya obrado el Espíritu de Dios en nosotros, para mostrarnos que las promesas de Dios son auténticas, no seremos sino inestables. Pero así como Jesucristo es el testigo fiel de su Padre, así también nos confirma por medio de su Santo Espíritu, y nosotros deberíamos orar que lo haga más y más.
Esto es lo que tenemos que discutir ahora. Porque Jesucristo había prometido a los apóstoles de que él les enviaría el Espíritu Santo, como podemos ver en San Juan 14 y 15 donde se declara la promesa que Jesucristo les hizo diciendo: "Cuando yo ascienda al cielo les enviaré el Espíritu Santo."  Entonces ahora les confirma esta declaración, a efectos de que esperen constantemente en él. Jesús agrega: "Juan bautizaba con agua, pero ustedes serán bautizados por el Espíritu Santo." Es una confirmación de la promesa que les da aquí. Es como si dijera: "Mi oficio es bautizar, no con agua, sino por el Espíritu Santo. No en vano me fue dado este oficio por Dios mi Padre. Entonces, es necesario que ustedes sientan la experiencia y el fruto de esto." Porque este es un punto que tenemos que conocer, que nada fue dado en vano a Jesucristo. Ahora bien, no es que lo necesite para su propio uso. Es, en cambio, para sus miembros, para que todos nosotros podamos tomar de su plenitud y gracia sobre gracia. Concluyamos entonces que, puesto que este oficio es atribuido a Jesucristo, es decir, el de bautizar por el Espíritu Santo, es preciso que tengamos en nosotros la experiencia de él y que seamos partícipes de semejante beneficio. De lo contrario tendría un título inconstante, y no habría ninguna verdad en él. Y decir eso sería blasfemia. En consecuencia tenemos que reconocer que Jesucristo realiza ese bautismo en nosotros. Es eso lo que aquí propuso a los apóstoles. Ahora bien, San Juan ya había amonestado a los judíos indicando que bautizaban únicamente con agua. Y la razón que tenía para hacerlo es que le atribuían demasiado a él, menguando a Jesucristo. Entonces, es algo que El rechaza diciendo que no hace sino administrar únicamente las señales visibles del agua, y que no le corresponde a él conferir gracia por medio del bautismo, sino que ése es el oficio de Jesucristo. "He aquí," dice, "yo les administro agua; pero aquel a quien ustedes todavía no han reconocido, es decir, aquel que tiene el poder de lavar espiritualmente, a él no soy digno de desatar las cuerdas de su sandalia. Porque si bien yo he venido antes, tengo que menguar, y tenemos que fijar nuestra atención en él a efectos de magnificarlo." Esta es la palabra de Juan el Bautista; y ahora Jesucristo la utiliza, como diciendo: "Esto no tendría que ser nada nuevo para ustedes, porque ustedes ya hace mucho oyeron que el privilegio de bautizar en el Espíritu Santo me es reservado únicamente a mí."
Aquí uno podría plantear una pregunta, es decir, ¿por qué menciona Jesucristo a Juan el Bautista en lugar de alguna otra persona? La explicación es clara, porque la grandeza de Juan el Bautista, silo hombres hubieran abusado de ella, habría impedido que Jesucristo fuese correctamente magnificado. Y si hubiera hablado de algún otro, aun así parecería que Juan se comparaba muy favorablemente con Jesucristo. Entonces, Jesucristo escogió lo más excelente a efectos de mostrar que no tenemos que detenernos en la criatura, sino que es a él a quien debemos dar toda nuestra atención. También vemos que mientras los hombres tratan de hacerse de una reputación entre los hombres, Juan el Bautista, en cambió, se esforzó para humillarse, a efectos de que la gente no le atribuya más de lo que le correspondía. Y después de haber dicho muchas palabras, concluye afirmando que tiene que menguar y que Jesucristo tiene que ser exaltado. No lo dice con hipocresía, sino en verdad. Ojalá que esta enseñanza hubiera sido mejor guardada por el mundo. Pero ¿por qué? Siempre tendemos a esta malvada superstición de mirar a las criaturas, y estas se constituyen en tantos velos que nos impiden mirar a Jesucristo. Es por eso que en el mundo se han hecho tantos ídolos, puesto que hay un número infinito de ellos. En el mundo se han preparado tanto ídolos como hombres santos han existido, es cierto, aunque las gracias de Dios que fueron mayores que ellos, son nuestro argumento para dirigirnos a él y a no detenernos en los santos. Cuando los papistas quieren magnificar a sus santos, dicen que está escrito: "Alabad a Dios en sus santos."  Me permito decir que son bestias al tomar así este pasaje, viendo que el profeta, diciendo: "Alabad a Dios en su lugar santo, o en su santuario," se refiere al cielo, como diciendo: "Alabad a esta divina Majestad que desde su trono celestial gobierna sobre todas las criaturas." Pero aun así magnifican a los santos entre ellos, de manera que (como dicen) usted no podría distinguir entre Dios y los apóstoles, o quizá Dios realmente es encasillado con otros. Ahora bien este diabólico proverbio que recitan entre ellos: "Sin los apóstoles no conoceríamos a Dios," será un testimonio contra ellos de haber desgarrado la gloria de Dios como perros, entregando un trozo aquí y otro allí, distribuyéndola a quienquiera que les parecía bien. Cuando solamente debía ser exaltado Jesucristo, y cuando los Profetas y Mártires tenían que ser aniquilados comparados con él, ellos hicieron totalmente lo opuesto.
De modo entonces, viendo que estamos inclinados al vicio de exaltar a las criaturas y de robar la gloria de Jesucristo, sostengamos con mayor firmeza la declaración de que "Juan bautizaba con agua" para mostrar que, si nos estamos ocupando de alguna gracia, no tenemos que venir ni a Pedro ni a Juan, sino a Jesucristo, de quien está escrito que recibió la gracia de Dios, y de ninguna manera en parte, sino en plenitud, para mostrar que debemos dirigirnos únicamente a él. Además, algunos han tomado esto como ocasión para decir que el bautismo de Juan no era perfecto. Pero esto es un abuso. Porque la intención de Juan al hablar, no era la de declarar la verdad del sacramento que administraba, sino de señalar únicamente la diferencia entre su persona y la de Jesucristo. Entonces, si bien el sacramento del bautismo administrado por Juan y el que administraba Jesucristo, son lo mismo, y estaban dirigidos al mismo fin, sin embargo Juan declara que no tiene poder para dar valor al bautismo, sino que ello pertenece a Jesucristo. En consecuencia, no existe duda de que es el verdadero bautismo lo que él administra, porque no miramos la señal sino la verdad, y la señal es susceptible, de ser conformada a la de Jesucristo. Pero la cosa principal que tenemos con respecto al bautismo consiste de dos puntos: es que somos despojados  del viejo Adán, renovados y unidos a Jesucristo, y de que somos purgados de todas nuestras manchas cuando Dios nos perdona nuestros pecados. Este es entonces el resumen del bautismo. Ahora veamos si Juan hizo todo eso. Es cierto. Porque vino predicando el perdón de los pecados y administrando a ese efecto el bautismo. Luego, al bautizar preciaba el arrepentimiento que implica lo que hemos dicho, es decir que somos muertos con respecto a nosotros mismos, y que esta corrupción que tenemos de Adán es abolida, para que en nosotros reine la justicia de Dios. De manera que cuando hayamos examinado perfectamente bien esto, no hallaremos nada más aquí. Pero, ¿por qué? Es muy importante distinguir entre la persona del ministro y la persona de Jesucristo. Es cierto que cuando uno habla del bautismo en si se significa el lavamiento de nuestros pecados. ¿Por qué eso? Porque así somos confirmados de haber entrado a Jesucristo, a efectos de ser purificados y para vivir por su poder. Así lo dice la Escritura. Como también vemos que cuando Ananías bautiza a San Pablo, le dice: "Ven y lava tus pecados."  Pero además, cuando se habla del bautismo no es solamente un asunto de la señal sino de la verdad significada, es decir, de ser aceptable a Dios por medio de l~ remisión de pecados, de ser renovado por su Santo Espíritu, a efectos de que ya no vivamos para nosotros mismos. ¿Y por qué decimos que todo eso está comprendido en el bautismo? Porque el mandamiento de Jesucristo es sin duda y cierto; y él realiza interiormente lo que es significado exteriormente. De otra manera, si la realidad no estuviera unida a la señal, sería todo una farsa realizada sobre un escenario. Es así entonces, cómo Dios reúne la realidad con la señal para que nosotros podamos saber que así como la señal visible tiene significado, así recibimos las gracias que ella implica. Lo mismo se podría decir de la Cena. Cuando recibimos la Cena, a medida que el ministro distribuye entre nosotros el pan y el vino, Jesucristo nos hace partícipes de su cuerpo y de su sangre, para que seamos auténticos miembros suyos; y está escrito que a través de este medio la Cena es la comunicación del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor. Pero cuando llegarnos a tratar la parte que tiene el hombre mortal, tenemos que considerar cuál es el poder que dispone. ¿Acaso, cuando bautizo, significa ello que tengo el Espíritu Santo en mi manga para darlo a otros? ¿O el cuerpo y la sangre del Señor para darlos a quien me parezca bien? Querer atribuir a criaturas mortales aquello que le pertenece a Jesucristo sería trepar demasiado alto. Entonces, de ninguna manera mengüemos el oficio de Jesucristo que es el de bautizar por el Espíritu Santo. Así como yo tomo agua para bautizar, Jesucristo realiza lo que yo significo, y lo realiza por medio de su propio poder.
Esto es, entonces, lo que Juan dice: "Yo bautizo con agua, pero Jesucristo bautiza por medio del Espíritu Santo." Este es el tema que se trata aquí, y que será tratado nuevamente en el capítulo once.  Además, ahora tenemos que hablar en el mismo lenguaje, es decir, no depende de nosotros perfeccionar las cosas que significamos. No obstante, tenemos que estar convencidos de que Dios realiza lo que se indica por medio de la señal, y que así como el lavamiento de los pecados es señalado por el agua, así también lo cumple por medio de su sangre. Así es cómo tenemos que distinguir entre la persona de Jesucristo y la persona del ministro, a efectos de que cada uno pueda tener el grado y la medida que le corresponde, y para que se sepa que toda perfección procede de esta Fuente. Además, es cierto que cuando Juan dijo que Jesucristo bautizaba en espíritu y en fuego, ello no está restringido a una sola aparición del Espíritu Santo en esta forma. Porque aun hoy se cumple esta promesa, y aun se cumplirá hasta el fin del mundo. Notemos, entonces, que cuando el Espíritu Santo fue enviado visiblemente a los apóstoles, para nosotros quiere decir que la iglesia siempre sea gobernada por el Espíritu Santo, y que él nos llenará con sus gracias en la medida en que habita en nosotros. Es cierto que no lo tendremos en perfección, ya que necesitamos ser mantenidos en humildad. ¿Y qué pasaría silo tuviéramos en perfección? Ya no nos acordaríamos de invocar a Dios, y pensaríamos que no lo necesitamos para nada. Entonces es necesario que siempre anhelemos sus beneficios, a efectos de ser solícitos en pedirle que nos conceda más. Sin embargo, reconozcamos que todos nosotros somos bautizados en el Espíritu Santo y en fuego; y que Jesucristo no permite que sus sacramentos sean en vano, es decir, para los creyentes. Es cierto que si bien una persona pueda ser bautizada en el nombre de Dios, aun así, al crecer se ve que está inclinada a toda clase de mal, se podría decir que no ha sido renovada de ninguna manera, puesto que es de naturaleza tan bruta. Pero eso no quiere decir que el sacramento no tenga su propiedad y naturaleza. Porque el bautismo en sí implica que somos renovados. Y si no lo somos la falla está en nosotros, es decir, porque no queremos permitir que Jesucristo cumpla su gracia en nosotros; y, siendo incrédulos cerramos nuestro corazón a él, de modo que de ninguna manera damos entrada a la gracia que él quiere concedemos. De modo que el sacramento siempre tendrá su poder, pero no recibimos su fruto en nosotros, porque él no tiene entrada sino por medio de la fe.
Ahora bien, tenemos que notar que la realidad del bautismo no está en el agua, sino por medio del Espíritu Santo. Luego, que el Espíritu Santo nos es dado por medio de Jesucristo. Esto es lo que tenemos que notar firmemente, que si deseamos que el bautismo nos sea provechoso, no tenemos que quedarnos con el agua, como si nuestra salvación estuviera encerrada en él, sino reconocer que el Espíritu Santo lo tiene que hacer todo. Además, como vemos, esta doctrina ha sido escasamente recibida en el mundo. Porque a los papistas les parece que la gracia de Dios está adherida al bautismo, entonces lo convierten en un encantamiento a modo de hechiceros, atribuyendo al agua el poder del sacramento. Y por eso es que condenan al niño que no ha sido bautizado. Y para prevenir este peligro no están satisfechos con conferir el poder de bautizar a todos los hombres, sin distinguir su condición, sino también a las mujeres, por temor, dicen ellos, de que mueran niños sin haber sido bautizados. Así piensan entonces, que la realidad del bautismo está en el agua, rechazando de esa manera la sangre de Jesucristo. En cuanto a nosotros, aprendamos que la realidad del bautismo no está en el agua, sino en el Espíritu Santo. No obstante, la señal no es inútil. Porque nos dice que nuestras almas están lavadas. Pero para tener la realidad tenemos que venir al Espíritu, tal como lo hemos mostrado. Luego, el Espíritu Santo nos es dado por medio de Jesucristo, a efectos de que no busquemos el Espíritu en el agua, o en hombres, sino que, en cambio, miremos hacia arriba. Y este es otro punto que el mundo ha disminuido. Porque, ¿quién pone los ojos en Jesucristo cuando se trata de tener algo para nuestra salvación? Nadie. Porque nos parece que los hombres tienen dominio completo, como si Jesucristo hubiera renunciado a su oficio y ya no estuviera de manera alguna en el cielo. Así son las personas torpes. Sin embargo, las Escrituras nos levantan la cabeza (por la forma de hablar), a efectos de elevamos. Porque allí escuchamos a Jesucristo amonestándonos: "Tengan en cuenta que soy yo quien los bautiza" Es cierto, escrito está que Dios envía el Espíritu Santo, pero Jesucristo también lo envía. Porque cuando el Padre lo envía lo hace en el nombre de Jesucristo, y a su pedido. Además, Jesucristo, hablando de sí mismo, declara que él lo enviará. Y, en efecto, él y el Padre son el mismo Dios. Entonces, habiendo sido hecho hombre, él es nuestro Mediador, y todo el poder en el cielo y sobre la tierra le ha sido dado a él; de manera que realmente es él el brazo y la mano para distribuir entre nosotros las gracias de Dios. Notemos también por qué habla Juan del bautismo por medio del Espíritu y por fuego, usando estas dos palabras. Porque se trata de lo mismo. Cuando dice: "Por fuego," es como si nos refinara quitando nuestras impurezas, como cuando funden oro y plata, es para purificarlos; en efecto, vemos qué lugares llenos de impurezas son purgados por el fuego. Entonces no es en vano que el Espíritu Santo tenga este título, viendo que es cosa de él, el purgamos de todas nuestras poluciones. Pero también es para indicamos que cuando venimos al mundo, no traemos sino polución y que, cuanto más vivimos, más polución e impurezas juntamos. Como también Jeremías lo menciona,  diciendo que el hombre no se conoce a sí mismo. Porque es tal la profundidad de toda maldad en nosotros, que solamente Dios puede conocerla. Es cierto, nosotros podemos arrojar un anda al fondo del mar, pero solamente Dios puede sondear nuestros corazones. Entonces, estamos infectados delante de Dios, y hediondos como leprosos, a tal extremo infectados que somos horribles. Pero, ¿qué diremos a esto? Esto es un consuelo ver que Jesucristo quiere purgamos por medio de su Santo Espíritu como efectivamente tenemos testimonio de que en el bautismo quiere hacernos nuevas criaturas, purgando las debilidades que hay en nosotros. Pero así como todas las cosas superficiales son quitadas de aquellos que es purgado por el fuego, reconozcamos también que, cuando Dios quiere reconciliamos consigo mismo, también lo nuestro tiene que ser quitado. Además, notemos esto, mientras permanezcamos en nosotros mismos pereceremos, y aunque siempre queramos mantener nuestra integridad, Dios tiene que disminuirnos para salvarnos, y para hacernos aceptables a él. Y eso es efectuado por el Espíritu Santo. Vemos, entonces, en qué hemos de gloriamos, es decir, en Dios. Es cierto que el hombre bien puede tener alguna presunción para magnificarse delante de los hombres. Pero cuando ello venga delante de Dios, aquello que estimamos alto será rechazado. Aprendamos entonces, que no hay sino mal en nosotros, y el bien que habrá se deberá a que él nos ha purgado por medio de su Espíritu Santo.
Además, cuando agrega: "Estoy será muy pronto," es para damos mayor coraje. No es que debamos murmurar o ser desobedientes, si Dios quiere mostramos su ayuda. Porque no tenemos el derecho de fijarle el tiempo. En efecto, el tiempo que se toma siempre es muy corto. ¿Por qué es así? Porque nunca, ni por un minuto deja de ayudamos. Por ejemplo: cuando estamos en aflicción invocamos a Dios. Es cierto que no seremos librados inmediatamente, de una vez, sino que la mayoría de las veces el mal aumentará. Sin embargo, Dios nos ayuda, porque nos consuela, lo cual percibiremos suficientemente si estamos dispuestos a considerarlo. Porque, ¿qué hombre puede soportar el menor de los males si Dios no le ayuda? Entonces, si no fracasamos, ello es prueba de que él nos ayuda. Como dice San Pablo: "Si somos afligidos, pero no nos impacientamos, conocemos la ayuda de Dios."  Entonces, es por eso que Dios no nos libra inmediatamente.  Sin embargo, no permite que padezcamos prolongadamente. Porque la duración máxima que podemos mencionar es la de nuestra vida. Dios promete ayuda contra ataques y liberación. No obstante, mientras estamos en este mundo, tenemos que luchar contra las tentaciones de nuestra carne. Es cierto. Pero si consideramos la brevedad de nuestra vida, ¿nos parecerá largo? De ninguna manera. Porque incluso mil años serán solamente un día ante los ojos de Dios. Entonces, si consideramos eso, difícilmente nos costará mucho soportar toda nuestra vida. Por eso dice que será muy pronto.
Entonces, saquemos provecho de este pasaje. Reconociendo no solamente que Jesucristo habló a sus apóstoles, sino que esta palabra está dirigida a nosotros. Es cierto que no recibimos el Espíritu Santo en forma de fuego. No obstante, este oficio no fue dado en vano a Jesucristo, y tenemos su poder. Además, cuando nos dejó no quitó el bautismo. Si no que, habiéndonos dejado la señal ella es prueba plena de que siempre estará presente para hacer por medio de su Espíritu Santo que el sacramento sea efectivo. Pero también tenemos que reconocer que estamos llenos de toda polución, a efectos de venir a Jesucristo para que él nos limpie de ellas. Es cierto que por nosotros mismos no tendremos esta opinión, pero Dios, por medio de las amonestaciones que nos hace al respecto, tiene que acercamos a Jesucristo para que busquemos la verdad del bautismo. Pero sobre todo, no seamos tan necios de pensar que las criaturas pueden ayudamos, en cambio, vengamos directamente a Jesucristo, reconociendo que él es nuestro todo. Es cierto, por una parte dice que es él quien bautiza, y si consideramos que él está lejos de nosotros, y que ha subido a su soberana majestad sobre todas las criaturas, aparentemente tendríamos alguna ocasión para desconfiar. Pero puesto que es nuestro Hermano, tenemos acceso a él para dirigimos allí a él. Estemos confiados, entonces, de que él guardará su palabra, y que todo lo que diga con su boca será cierto e indubitable, y que además el tiempo no será largo. Y, sin embargo, cuando hayamos soportado durante un día, estemos dispuestos a soportar un mes, y a mirar a su reino que no cambia. Entonces, ciertamente, no sólo daremos un paso, sino que seguiremos andando, hasta haber arribado a la meta que nos es propuesta.
Siguiendo esta santa enseñanza, vamos a inclinamos en reverencia ante la majestad de nuestro Dios.
***