Autobiografía de Juan  Bunyan


GRACIA ABUNDANTE

Gracia en abundancia
para el mayor
de los pecadores

Breve resumen del encarcelamiento del autor

Después de haber sido cristiano durante mucho tiempo, y de haber predicado durante cinco años, se me arrestó en una reunión de personas buenas en el campo, personas entre las que estaría predicando hoy si me hubieran dejado en libertad. Se me llevaron, y me presentaron ante un juez. Ofrecí dejar una garantía de que me presentaría a la sesión en que me llamaran, pero me arrojaron a la cárcel porque los que estaban dispuestos á dejar el depósito por mí, no estaban dispuestos a dar garantía de que yo no iba a predicar más a la gente.
En la sesión que tuvo lugar después fui acusado de haber dado pie a asambleas ilegales y de no conformarme al culto nacional de la Iglesia de Inglaterra. Los jueces decidieron que la forma clara en que me expresaba ante ellos era prueba bastante y me sentenciaron a cadena perpetua, puesto que me negué a conformarme a no hacerlo más. Así que me entregaron al carcelero y me enviaron a la cárcel, donde llevo ahora doce años, esperando ver qué es lo que Dios les permitirá a esta gente hacer conmigo.
En esta condición he hallado mucho contento por medio de la gracia, de modo que mi corazón ha dado muchas vueltas y revueltas, motivadas por el Señor, Satán y mi propia corrupción. Después de todas estas cosas ﷓gloria sea dada a Jesucristo﷓ he recibido también mucha instrucción y comprensión. No hablaré en detalle de estas cosas, pero daré por lo menos una indicación o dos para que puedan estimular a las personas pías a bendecir a Dios y orar por mí, y a recibir ánimo, caso que se encuentren en necesidad de él y no temer lo que les pueda hacer el hombre.
Nunca antes había visto tan clara la Palabra de Dios. Pasajes de la Escritura en que no veía nada particular antes, han resplandecido de luz, para mí, en este lugar. Además, Jesucristo nunca ha sido más real para mí que ahora; aquí le he visto y sentido verdaderamente. El que «no hemos seguido fábulas ingeniosamente inventadas» (2 Pedro 1:16) y el que Dios levantó a Cristo « de los muertos, y le dio gloria, para que vuestra fe y esperanza puedan ser en Dios», han sido porciones benditas para mí en este encarcelamiento.
Quisiera decir también que Juan 14:1﷓4, Juan 16:33, Colosenses 3:3, 4 y Hebreos 12:22﷓24 han sido causa de mucho refrigerio para mí aquí. Algunas veces, cuando han estado mucho en mi corazón, me ha sido posible reírme de la destrucción y no temer ni al caballo ni al jinete. He tenido visiones dulces en este lugar sobre el perdón de mis pecados, y mi estancia con Jesús en el otro mundo. ¡Oh, el monte de Sión, la Jerusalén celestial, la asamblea de los ángeles, Dios el Juez de todos, los espíritus de los justos hechos perfectos y Jesús! Hebreos 12:22﷓24). ¡Cuán dulce han sido para mí en este lugar! He visto cosas aquí que estoy seguro que nunca voy a poder expresar en absoluto. Y he visto la verdad de esta Escritura: «A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso» (1 Pedro 1:8).
Nunca supe antes lo que era realmente que Dios estuviera a mi lado en todo tiempo. Tan pronto como se presentaba el temor, tenía apoyo y ánimo. Algunas veces cuando me asustaba de mi propia sombra, estando lleno de temor, Dios ha sido muy tierno para mí y no ha permitido que Satán me molestara, sino que me ha dado un pasaje tras otro de la Escritura para fortalecerme contra todo. He dicho con frecuencia: «Si fuera posible pediría más tribulación por el mayor consuelo que resulta de ella» (véase Eclesiastés 7:14; 2.8 Corintios 1:5).
Antes de venir a la prisión, ya veía lo que iba a ocurrir y había dos cosas que me pesaban en el corazón.
La primera era la posibilidad de encontrar la muerte si ésta era mi porción. Colosenses 1:11 me ayudó grandemente en este punto a pedir a Dios «ser fortalecido con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo». Durante por lo menos un año antes de estar en la cárcel, apenas podía orar sin que este pasaje se presentara en mi mente y me persuadiera de que si tuviera que pasar por sufrimiento largo, necesitaría paciencia, sobre todo si tenía que sufrirlo con gozo.
La segunda cosa que me preocupaba era lo que iba a suceder a mi esposa y a mi familia. Con respecto a esto, esta Escritura me ayudaba: «Pero hemos tenido en nosotros sentencia de muerte, para que no estuviésemos confiados en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2 Corintios 1:9). Por medio de esta Escritura pude ver que si he de sufrir propiamente, primero he de pasar la sentencia de muerte sobre todo lo que hay en esta vida; y considerarme a mí mismo, mi esposa, mis hijos, mi salud, mis alegrías, y todo, como muerto para mí; y yo mismo, como muerto para ellos.
Vi además, como dice Pablo, que el modo de no desmayar es « no poniendo nosotros la mira en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:18). Razoné del siguiente modo: « Si hago cuenta de que sólo me van a meter en la cárcel, puede que me azoten; y si hago cuenta de estas dos cosas, no estoy preparado para que me destierren. Si decido que pueden desterrarme puede resultar que me ahorquen, y entonces no he provisto bastante. Así que vi que la mejor manera de atravesar los sufrimientos es confiar en Dios por medio de Cristo respecto al porvenir y contar con lo peor aquí, y considerar que la tumba era mi casa, y hacer la cama en las tinieblas.
Esto me ayudó, pero yo soy un hombre de muchas flaquezas. El separarme de mi esposa y mis pobres hijos ha sido como arrancarme la carne de los huesos, no sólo por todo lo que esto significa para mí, sino también por las muchas vicisitudes y miserias y necesidades que es probable que haya significado para ellos; especialmente para mi hijito ciego, que estaba más cerca de mi corazón que los otros. ¡Oh, cómo me han partido el corazón los pensamientos que han cruzado por mi mente sobre las penalidades que mi hijo habrá sufrido!
Pobre niño, pensé. Qué penas aflicciones van a ser tu porción en este muno. Probablemente te van a maltratar, tendrás que pedir limosna y pasar hambre, frío, desnudez y mil otras calamidades, a pesar de que no pueda resistir la idea de que ni el viento te dé en 1a cara. Pero debo dejarlo todo en las manos de Dios, aunque me mata el tener que dejarte. Vi que era como un hombre que está derribando su casa sobre la cabeza de su mujer y sus hijos, con todo pensé: «Has de hacerlo, has de hacerlo.» Y pensé en las dos vacas que criaban, que fueron uncidas al carro del arca, aun ue dejaron encerrados en casa a sus becerros.(1 Samuel 6:10).
Hay tres cosas que me han ayudado de modo especial durante este período. La primera fue la consideración de estos pasajes de la Escritura: «Deja tus huérfanos, yo los criaré; y en mí confiarán las viudas» y también: «Dice Jehová: Ciertamente te pondré en libertad para bien; de cierto haré que el enemigo suplique ante ti en el tiempo de la aflicción y en la época de la angustia» (Jeremías 49:11; 15:11).
La segunda cosa fue que debía arriesgarlo todo en las manos de Dios; entonces podía contar con Dios para que se hiciera cargo de todos mis problemas. Pero si yo abandonaba a Dios por miedo de alguna amenaza que pudiera realizarse contra mí, entonces yo desertaría mi fe. En este caso, aquellas cosas por las que me preocupaba probablemente no estarían tan seguras bajo mi propio cuidado habiendo negado a Dios, de lo que lo estarían dejadas a los pies de Dios, manteniéndome yo firme a su lado.
Y este pasaje profético se afirmó también sobre mí, en el que Cristo ruega sobre Judas, que Dios le frustre en los pensamientos egoístas que le impulsaron a vender al Maestro. Léase cuidadosamente el Salmo 109:6﷓20.
Otra cosa que me impulsó en gran manera fue el temor de los tormentos del infierno, que estoy seguro que han de sufrir los que por miedo de la cruz, se retraen de hacer su deber en Cristo. Pensé también en la gloria que está preparada para aquellos que se mantienen firmes en la fe, el amor y la paciencia. Estas cosas, digo, me han ayudado cuando me abrumaban los pensamientos de la desgracia que iba a caer sobre mí y sobre los míos a causa de mi amor a Cristo.
Cuando temía que se me desterrara, pensaba en este pasaje: «Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, menesterosos, atribulados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno» (Hebreos 11:37, 38). He pensado también en estas palabras: «E1 Espíritu Santo... me da testimonio solemne, diciendo que me es eran cadenas y tribulaciones» (Hechos 20:23 Me he imaginado con frecuencia lo que iba a ser el destierro; que estas personas expuestas al hambre, al frío, a los peligros, a la desnudez, a los enemigos y a mil calamidades, y que al final mueren en una cuneta como oveja abandonada. Pero doy gracias a Dios que hasta ahora no me han ablandado todos estos temores, sino que he procurado buscar a Dios a causa de ellos.
Dejadme que os cuente una cosa interesante que me sucedió: Estaba una vez en una condición especialmente triste durante varias semanas. Era sólo un preso bisoño en aquel tiempo y no conocía las leyes, y pensaba que era probable que mi encarcelamiento terminara en la horca. Durante todo este tiempo, Satán estaba abofeteándome y me decía: « Si vas a morir, ¿qué te pasará si es que no disfrutas ahora con las cosas de Dios y no tienes evidencia, por tus sentimientos de que vas a ir al cielo?» Verdaderamente, en aquellos momentos, todas las cosas de Dios parecían escondidas y ocultadas de mi alma.
Esto me molestó terriblemente al principio, porque pensaba que, en la condición en que me hallaba, no estaba preparado para morir, y si estaba tan asustado que me caía de la escalera al subir a la horca, iba a dar mucha ocasión al enemigo derrochar el camino de Dios y la pusilanimidad de los suyos. Estaba asustado de pensar que podía morir con la cara pálida y las rodillas temblando. Así que le pedí a Dios que me consolara y me diera fuerza para todo lo que pudiera venir; pero no vino ningún consuelo y todo siguió tan oscuro como antes. En estos días estaba obsesionado con la idea de la muerte, que me sentía subiendo la escalera con la soga alrededor del cuello. Sólo esto me servía de ánimo, que pudiera tener una última oportunidad de hablar a una gran multitud que yo pensaba vendría a ver cómo me ahorcaban. Y pensé: Si ha de ser, Dios convertirá alguna alma con mis últimas palabras, y no habré tirado mi vida en vano.
Todavía persistió siguiéndome el tentador y me decía: « ¿Adónde irás cuando mueras? ¿Qué será de ti? ¿Qué evidencia tienes de que hay cielo y gloria y heredad para los que son santificados?» Así que estaba siendo echado de acá para allá durante muchas semanas y no sabía qué hacer. Pero, al fin, esta consideración hizo sentir su peso sobre mí, y fue que era por la Palabra y el camino de Dios que estaba decidido a no apartarme de ella el grosor de un cabello.
Decidí también que Dios podía escoger si quería darme consuelo ahora o a la hora de la muerte, pero que yo no tenía opción con respecto a si quería ratificarme en mi profesión o no. Yo estaba atado. El era libre. El defender su Palabra era mi deber, tanto si El quería mirarme con misericordia para salvarme al final como si no seguiré adelante, me dije a mí mismo, y arriesgaré mi estado eterno en Cristo, tanto si lo siento aquí como si no. Si Dios no me da gozo, pensé, entonces saltaré la escalera, con los ojos vendados, a la eternidad, me hunda o no me hunda, venga el cielo o el infierno. Señor Jesús, si me recoges, bien, si no me arriesgaré en tu nombre, de todas formas.
Apenas hube hecho esta resolución que vino a mi pensamiento la palabra: «¿Acaso teme Job a Dios de balde?» Fue como si el acusador hubiera dicho: «Señor, Job no es un hombre recto; te está sirviendo por lo que saca. Tú le has dado todo lo que quiere, pero si tú le tratas con mano dura y le quitas lo que tiene, te maldecirá a la cara.» Bueno, pensé, entonces la señal de que un alma es recta tiene que ser que está en el camino del cielo para servir a Dios aun cuando se le quita todo lo que tiene. El hombre verdaderamente piadoso servirá a Dios por nada, antes que renunciar a hacerlo. ¡Bendito sea Dios! Entonces empecé a tener esperanza de que realmente tenía un corazón recto, porque había resuelto, si Dios me daba fuerzas, a no negar nunca a mi Señor, aunque no consiguiera nada con ello: y mientras estaba pensando esto, Dios puso en mi pensamiento el Salmo 44:12﷓26.
Entonces mi corazón se llenó de consuelo, y no se habría querido dejar perder esta prueba. Todavía me siento consolado siempre que pienso en ello, y bendeciré a Dios para siempre por lo que me ha enseñado a partir de esta experiencia. Hay naturalmente otras cosas en las relaciones de Dios conmigo; pero de los despojos y botín de las batallas, esto había consagrado yo a reparar la casa de Jehová (l Crónicas 26:27).
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