De Ordine

Sobre el Orden

(Fragmentos)

  LIBRO I
CAPÍTULO I
Todo lo rige la divina Providencia

276 1. Cosa muy ardua y rarísima es, amigo Cenobio, alcanzar el conocimiento y declarar a los hombres el orden de las cosas, ya el propio de cada una, ya, sobre todo, el del conjunto o universidad con que es moderado y regido este mundo. Añade a esto que, aun pudiéndolo hacer, no es fácil tener un oyente digno y preparado para tan divinas y oscuras cosas, ya por los méritos de su vida, ya por el ejercicio de la erudición.
Y con todo, tal es el ideal de los más bellos ingenios, y hasta los que contemplan ya los escollos y tempestades de la vida como quien dice con la cabeza erguida, nada desean tanto como aprender y conocer cómo, gobernando Dios las cosas humanas, cunde tanta perversidad por doquiera, de modo que haya de atribuirse su dirección no ya a un régimen y administración divinos, pero ni siquiera a un instrumento servil, si se dotara de suficiente potestad. Por lo cual, a los que se inquietan por estas dificultades sólo les queda esta salida: o la divina Providencia no llega a estas cosas últimas e inferiores o todos los males se cometen por voluntad de Dios.

277 Impías ambas soluciones, pero sobre todo la última. Porque, aunque es propio de gente horra de cultura y además peligrosísimo para el alma creer que hay algo dejado de la mano de Dios, con todo, entre los hombres, nunca se censura a nadie por su impotencia; pero el vituperio por negligencia es también mucho más excusante que el reproche por malicia y crueldad. Y así, la razón, por no faltar a la piedad, se ve como forzada a creer que las cosas mundanas no pueden ser objeto de administración divina o que son descuidadas y menospreciadas, para mitigar así o cerrar la boca a toda querella contra Dios.

278 2. Pero ¿quién es tan ciego que vacile en atribuir al divino poder y disposición el orden racional de los movimientos de los cuerpos, tan fuera del alcance y posibilidad de la voluntad humana? A no ser que se atribuya a la casualidad la maravillosa y sutil estructura de los miembros de los más minúsculos animales, como si lo que se considera obra de lo casual pudiera explicarse de otro modo que por la razón, o como si por atender a las fruslerías de la vana opinión humana osáramos sustraer de la dirección de la majestad inefable de Dios el orden maravilloso que se aplaude y admira en todo el universo, sin tener el hombre en ello arte ni parte.

279 Mas aquí se muestra ya el nudo de la cuestión, pues los miembros del más despreciable insectillo están labrados con tan admirable orden y distinción, mientras la vida humana versa y fluctúa entre innumerables perturbaciones e inquietudes.
Pero este modo de apreciar las cosas se asemeja al del que, restringiendo el campo visual y abarcando con sus ojos sólo un azulejo de un pavimento del mosaico, censurara al artífice, como ignorante de la simetría y proporción de tales obras; creería que no hay orden en la combinación de las teselas por no considerar el conjunto de todos los adornos que concurren a la formación de una faz hermosa. Lo mismo ocurre a los hombres poco instruidos, que, incapaces de abarcar y considerar con su angosta mentalidad el ajuste y armonía del universo, cuando algo les ofende su vista de cegatos, luego piensan que se trata de un desorden o deformidad.

280 3. Y la causa principal de este error es que el hombre no se conoce a sí mismo. Para conocerse es menester separarse de la vida de los sentidos y replegarse en sí y vivir en contacto con la voz de la razón. Y esto lo consiguen solamente los que o cauterizan con la soledad las llagas de las opiniones que el curso de la vida ordinaria imprime, o las curan con la medicina de las artes liberales.

CAPÍTULO IV
Nada se verifica sin razón


281 ... 11. -Pregúntame, pues, ya, te ruego -dijo él-, para poder explicar con tus palabras y con las mías este misterio.
-Respóndeme primero a esto: ¿por qué te parece que esa agua no corre fortuitamente, sino con orden? Que ella sea conducida por acueductos de madera para nuestro uso y empleo, bien pertenece al orden, por ser orden razonable y de la industria humana, que quiere aprovecharse de su curso para la limpieza y bebida, y justo es que se haga así, según las necesidades de los lugares. Pero que las hojas caigan del modo que dices, dando lugar al fenómeno que nos admira, ¿cómo puede relacionarse con el orden? ¿No es más bien obra de la casualidad?
-Pero ¿es posible -replicó él- que al que ve claramente que nada puede hacerse sin suficiente razón se le ocurra otro modo de caerse las hojas? Pues qué, ¿quieres que te describa la posición de los árboles y de sus ramas, y el peso que dio la misma naturaleza a las hojas? Ni es cosa de ponderar ahora la movilidad del aire que las arrastra, o la suavidad con que descienden, ni las diversas maneras de caer, según el estado de la atmósfera, el peso, la figura y otras innumerables causas más desconocidas. Hasta aquí no llega la potencia de nuestros sentidos y son cosas enteramente ocultas; pero no sé cómo -lo cual basta para nuestra cuestión- es patente a nuestros ojos que nada se hace sin razón. Un curioso impertinente podía continuar preguntando por qué razón hay allí árboles, y yo le responderé que los hombres se han guiado por la fertilidad del terreno.
-¿Y si los árboles no son fructíferos y han nacido por casualidad?
-A eso responderé que nosotros sabemos muy poco y que no puede censurarse a la naturaleza por haber obrado sin razón poniéndolos allí. ¿Qué más? O me convenceréis de que se hace algo sin razón o creed que todo sigue un orden cierto de causalidad.

CAPÍTULO V
Cómo Dios todo lo dirige con orden


282 12. Yo respondí a Licencio:
Aunque me tengas por un curioso impertinente, y ciertamente debo de serlo para ti por haber interrumpido tu coloquio con Píramo y Tisbe, insistiré en proponerte algunas cuestiones. Esta naturaleza, que, según tu modo de pensar, toda resplandece con orden -dejando otras innumerables cosas-, ¿podrás decirme para qué utilidad crió los árboles no frutales?
Cuando el interpelado buscaba una respuesta, entró en liza Trigecio:
-Pero ¿acaso la utilidad de los árboles está cifrada únicamente en el fruto? ¿No reportan su provecho otras cosas: su misma sombra, su madera y, finalmente, hasta las hojas?
-No des esa solución a la cuestión propuesta-le atajó Licencio-. Porque pueden sacarse innumerables ejemplos de cosas sin provecho para los hombres o de tan escasa y desconocida utilidad que apenas podemos defenderlas. Que nos diga él más bien si hay alguna cosa sin causa suficiente. -Después tocaremos brevemente ese punto -le dije-. No es necesario que yo haga de maestro, porque tú, que profesas la certeza de tan alta doctrina, nada nuevo me has enseñado todavía, y yo estoy tan deseoso de aprender, que me paso días y noches en este ejercicio...

283 14. Licencio, saltando de gozo en su lecho, exclamó:
-¿Quién negará, ¡oh Dios grande!, que todo lo administras con orden? ¡Cómo se relacionan entre sí en el universo todas las cosas y con qué ordenada sucesión van dirigidas a sus desenlaces! ¡Cuántos y cuán variados acontecimientos no han ocurrido para que nosotros entabláramos esta discusión! ¡Cuántas cosas se hacen para que te busquemos y hallemos a Ti! ¿Acaso esto mismo que nos acaece ahora; que nosotros estuviésemos velando y tú, distraído con el sonido del agua, indagando su causa sin atinar con ella; todo esto, dime, no procede del orden de las cosas? Intervino también un ratoncito para que yo saliera a la escena. Finalmente, tu mismo discurso, tal vez sin intención tuya -nadie es dueño de que alguna idea le venga a la mente-, no sé cómo me revolotea en el magín inspirándome la respuesta que debo dar.

284 Pues yo te pregunto: si la disputa que tenemos, la escribes, como te has propuesto, y se divulga algún llegando a la fama de los hombres, ¿no les parecerá tan grave, digna de la respuesta de algún gran adivino o caldeo, que, preguntado sobre ella, hubiese respondido antes de verificarse? Y si hubiera respondido, se hubiera considerado una cosa tan divina, tan digna de celebrarse con aplauso universal, que nadie se atrevería a preguntar por qué cayó una hoja de árbol o un ratón ocioso fue molesto para un hombre que descansaba en su lecho. Pues ¿acaso estas predicciones de lo futuro las hizo alguno de ellos por cuenta propia o fue requerido por el consultor a decirlas? Y si adivinare que ha de publicarse un libro de importancia y viese que era necesario aquel hecho, pues de otro modo no podría adivinarlo, luego tanto el arrastre de las hojas en el campo como todo lo que hace en casa ese animalito, todo se hallaría enlazado con el orden, lo mismo que este escrito. Porque con estas palabras estamos haciendo unos razonamientos que, de no haber precedido aquellos hechos tan insignificantes, no nos hubieran ocurrido ni se hubieran expuesto ni tomado en cuenta para legarlos a la posteridad. Así que nadie me pregunte ya por qué suceden cada una de las cosas. Baste con saber que nada se engendra, nada se hace sin una causa suficiente, que la produce y lleva a su término.

CAPÍTULO VII
Dios no ama el mal, aunque pertenece al orden

285 .. 18. En esta conclusión temí a Licencio. Pero él, lamentándose de la dificultad de las palabras, sin buscar una respuesta adecuada, sino más bien embarazado por la forma de la contestación, dijo:
-No quiere Dios los males, porque no pertenece al orden que Dios los ame. Por eso ama mucho el orden, porque El no ama los males, los cuales, ¿cómo no han de estar dentro del orden cuando Dios no los quiere? Mira que esto mismo pertenece al orden del mal, el que no sea amado de Dios. ¿Te parece poco orden que Dios ame los bienes y no ame los males? Así pues, ni los males están fuera del orden, porque Dios no los quiere, y ama, en cambio, el orden. El quiere amar los bienes y aborrecer los males, lo cual es un orden acabado y de una divina disposición. Orden y disposición que conservan por medio de distintos elementos la concordia de todas las cosas, haciendo que los mismos males sean en cierto modo necesarios. De este modo, como con ciertas antítesis, por la combinación de cosas contrarias, que en la oratoria agradan tanto, se produce la hermosura universal del mundo.

286 19. Hubo una breve pausa de silencio; pero, irguiéndose de improviso por la parte en que tenía su lecho Trigecio, le instaba:
-Dime, te ruego, si Dios es justo.
Callaba el otro, porque, según después confesó, admiraba demasiado y temía otro nuevo discurso inflamado de inspiración de su condiscípulo y amigo. Viéndole callado, Licencio prosiguió:
-Porque, si me respondes que Dios no es justo, tú verás lo que haces, pues no ha mucho me censurabas de impiedad. Y si, conforme a la doctrina que recibimos y nos lo persuade el sentimiento de la necesidad del orden, Dios es justo, sin duda lo es, porque da a cada cual lo suyo. ¿Y qué distribución cabe si no hay distinción? ¿Y qué distinción, si todo es bueno? ¿Y qué puede haber fuera del orden, si la justicia de Dios trata a buenos y malos según su merecido? Y todos afirmamos que Dios es justo. Luego todo se halla encerrado dentro del orden.
Terminado este discurso saltó del lecho, y con la voz más suave, porque nadie le respondía, me dijo a mí:
-¿Nada me dices tampoco tú, que has provocado esta discusión?

LIBRO II
CAPÍTULO V
Cómo se ha de curar el error de los que creen que las cosas no están regidas con orden


287 ... 15. Estas y otras parecidas cuestiones que se ventilan en la vida humana impulsan a muchos hombres frecuentemente a creer que no estamos gobernados por el orden de la Providencia, mientras otros, piadosos y buenos y dotados de espléndido ingenio, no pudiendo creer que estemos abandonados del sumo Dios, con todo, envueltos en la bruma y en la confusa riolada de tantas cosas, no aciertan a ve ningún orden y quieren que se les descubran las causas o ultísimas, y recurren a la poesía para cantar sus lamentos y errores. Los cuales no hallarán una satisfactoria respuesta ni para esta sencilla cuestión: ¿por qué los italianos piden siempre inviernos serenos y nuestra miserable Getulia se muere e sed? ¿Quién puede responder a esto? ¿O dónde se pueden descifrar y conjeturar los motivos de semejante disposición?

288 Pero yo, si algo valen mis amonestaciones, creo que deben educarse antes en aquellas artes liberales (Ret., 1,3,2); de otro modo no puede aspirarse a la comprensión de estos problemas. Pero si los detiene la pereza, la preocupación de los negocios seculares o la falta de capacidad, entonces acójanse al baluarte seguro de la fe, y con vínculos los atraiga a sí, librándolos de los males horrendos y obscurísimos, Aquel que no permite que se pierda nadie si cree en El por la adhesión a los divinos misterios.

289 16. Un doble camino, pues, se puede seguir para evitar la obscuridad que nos circuye: la razón o la autoridad. La filosofía promete la razón, pero salva a poquísimos, obligándolos no a despreciar aquellos misterios, sino a penetrarlos con su inteligencia según es posible en esta vida. Ni persigue otro fin la verdadera y auténtica filosofía sino enseñar el principio de todas las cosas, y la grandeza de la sabiduría que en El resplandece, y los bienes que sin detrimento suyo se han derivado para nuestra salvación de allí. Ella nos instruye en nuestros sagrados misterios, cuya fe sincera e inquebrantable salva a las naciones, dándoles a conocer a un Dios único, omnipotente sin fundir las tres personas, como hacen algunos, ni ofenderlas, como otros. Esta filosofía enseña cuán gran cosa es que Dios haya querido asumir nuestro cuerpo para redimirnos, pues cuanto más se ha abatido por nosotros, tanto más brilla su divina clemencia, alejándose de la soberbia de los sabios según este mundo...

CAPÍTULO VII
Cómo había orden antes de venir el mal


290 ... 23. Habiendo asentido a esto mi madre y Licencio, yo intervine:
-¿Qué dices a esto, Licencio? ¿Dónde está lo que con tanto ahínco defendías, esto es, que nada se hace fuera del orden? Lo que dio lugar al origen del mal no se hizo por orden de Dios, sino que al nacer el mal fue sometido al orden divino.
Y él, admirándose y molestándose de que se le escapase de las manos una causa tan noble, dijo:
-Absolutamente sostengo que comenzó el orden con el que dio origen al mal.
-Luego el origen del mal no se debe al orden -dije-, si el orden comenzó a existir después del mal. Pero siempre estaba el orden en Dios; y, o siempre existió la nada, que es el mal, o, si alguna vez comenzó, puesto que el orden o es un bien o procede del bien, nada hubo ni habrá jamás sin orden. No sé qué razón más adecuada se me ha ofrecido, pero me la arrebató el olvido, lo cual creo ha sucedido por el mérito, la condición o el orden de mi vida.


291 -Ignoro cómo se me ha deslizado una sentencia que ahora desecho-insistió él-, porque no debí haber dicho que después del mal comenzó el orden; antes bien, se ha de creer que siempre estuvo en Dios, como ha sostenido Trigecio, la divina justicia y que no vino a aplicarse hasta que hubo males.
-Vuelves a caer en el cepo -le contesté yo-, siempre permanece inconcuso lo que no quieres; porque haya estado el orden en Dios, o haya comenzado a coexistir con el mal, siempre resulta que el mal nació fuera del orden. Y si concedes esto, debes igualmente confesar que puede hacerse algo contra el orden; y con esto se debilita y cae por tierra tu causa; si no lo concedes, parece que el mal se origina del orden de Dios, y entonces le confiesas autor de los males, lo cual es una impiedad horrible.
Habiéndole repetido esto varias veces, porque no lo entendía o simulaba no entenderlo, cerró la boca y guardó silencio.
Entonces dijo la madre:
-Yo creo que hay algo que puede hacerse fuera del orden de Dios, porque el mismo mal que se ha originado no ha nacido del orden divino; pero la divina justicia no le ha consentido estar desordenado y lo ha reducido y obligado al orden.

292 24. Viendo yo aquí con qué afán y entusiasmo buscaban a Dios, pero sin tener un concepto claro del orden , con que se llega a la inteligencia de su inefable Majestad, les dije:
-Os ruego que, si amáis mucho el orden, no permitáis en vosotros ninguna precipitación, desarreglo, ni desorden. Pues, aunque una secretísima razón nos prometa demostrar que nada se hace fuera del orden divino, con todo, si al maestro de escuela viésemos empeñado en enseñar a un niño el silabario antes de darle a conocer las letras, no digo que sería digno de risa y un necio, sino un loco de atar, por no guardar el método de la enseñanza. Y cosas de este género cometen a granel los ignorantes, que son reprendidos y burlados por los doctos, y los dementes, censurados hasta por los necios; y, sin embargo, que aun todas estas cosas tenidas como perversas no se exorbitan de un orden divino, promete evidenciarlo a las almas amantes de Dios y de sí mismas una disciplina elevada y remotísima del alcance de la multitud, comunicándoles una certeza superior a la que ofrecen las verdades de la matemática.

CAPÍTULO VIII
Se enseñan a los jóvenes los preceptos de la vida y el orden de la erudición


293 25. Esta disciplina es la misma ley de Dios, que, permaneciendo siempre fija e inconcusa en Él, en cierto modo se imprime en las almas de los sabios; de modo que tanto mejor saben vivir y con tanta mayor elevación cuanto más perfectamente la contemplan con su inteligencia y la guardan con su vida. Y esa disciplina a los que desean conocerla les prescribe un doble orden, del que una parte se refiere a la vida y la otra a la instrucción.
Los jóvenes dedicados al estudio de la sabiduría se abstengan de todo lo venéreo, de los placeres de la mesa, del cuidado excesivo y superfluo ornato de su cuerpo, de la afición a los espectáculos, de la pesadez del sueño y la pigricia, de la acción, murmuración, envidia, ambición de honra y mando, moderado deseo de alabanza. Sepan que el amor al dinero es la ruina cierta de todas sus esperanzas. No sean ni flojos ni audaces para obrar. En las faltas de sus familiares no den lugar a la ira o la refrenen de modo que parezca vencida. Anden alerta con las malas inclinaciones. Ni sean excesivos en la vindicación ni tacaños en perdonar. No castiguen a nadie sino para mejorarlo, ni usen indulgencia cuando es ocasión de más ruina. Amen como familiares a todos los que viven bajo su potestad. Sirvan de modo que les deleite servirles. En los pecados ajenos no importunen a los que reciban mal la corrección. Eviten las enemistades con suma cautela, súfranlas con calma, termínenlas lo antes posible. En todo trato y conversación con los hombres aténganse al proverbio común: "No hagan a nadie lo que no quieren para sí". No busquen los cargos de la administración del Estado sino los perfectos. Y traten de perfeccionarse antes de llegar a la edad senatorial, o mejor, en la juventud.

294 Y los que se dedican tarde a estas cosas no crean que no les conciernen estos preceptos, porque los guardarán mejor en la edad avanzada. En toda condición, lugar, tiempo, o tengan amigos o búsquenlos. Muestren deferencia a los dignos, aun cuando no la exijan ellos. Vivan con orden y armonía sirvan a Dios; en El piensen; búsquenlo con el apoyo de la fe, esperanza y caridad. Deseen la tranquilidad y el seguro. curso de sus estudios y de sus compañeros; y para sí y para cuantos puedan pidan la rectitud del alma y la tranquilidad de la vida.

CAPÍTULO XI
Qué es la razón. -Sus vestigios en el mundo sensible. -Diferencia entre lo racional y lo razonable


295 ... 31. Y primero veamos a qué cosas se aplica ordinariamente esta palabra: razón. Y debe movernos mucho el saber que el hombre fue definido por los antiguos sabios así: el hombre es un animal racional mortal. Puesto el género de animal, le han agregado dos diferencias, con el fin de advertir al hombre, según yo entiendo, dónde debe refugiarse y de dónde debe huir. Pues así como el alma, extrañada de sí mis cayó en las cosas mortales, así debe regresar y volver a la intimidad de la razón. Por ser racional, aventaja a las bestias; por ser mortal, se diferencia del ser divino. Si le faltara lo primero, sería un bruto; si no se apartara de lo segundo, no podría deificarse. Pero como hombres muy doctos distinguen entre lo racional y lo razonable, no cae esta diferencia fuera de nuestro propósito.
Racional llamaron a lo que usa o puede usar de razón; razonable, lo que está hecho o dicho conforme a razón. Estos baños podemos llamarlos razonables, y también estos nuestros discursos; y racionales son el artífice de los primeros y nosotros que conversamos aquí. Así, pues, la razón procede del alma racional, y se aplica a las obras y a los discursos razonables.

296 32. Dos cosas veo donde la fuerza y la potencia de la razón puede ofrecerse a los mismos sentidos: las obras humanas, que se ven, y las palabras, que se oyen. En ambas usa la mente de un doble mensajero, indispensable para la vida corporal: el de los ojos y el de los oídos. Así, cuando vemos una casa compuesta de partes congruentes entre sí, decimos muy bien que nos parece razonable. Cuando oímos también una música bien concertada, decimos que suena razonablemente. Al contrario, sería disparate decir: huele razonablemente, o sabe razonablemente, o es razonablemente blando, a no ser que se aplique esto a cosas que con algún fin han sido procuradas por los hombres para que tuviesen tal perfume, tal sabor, tal grado de calor, etc. Como si alguien, atendiendo a la razón del fin, dice que huele razonablemente un lugar ahumado can fuertes olores para ahuyentar las serpientes; o que una pócima que propina el médico es razonablemente amarga; o si se manda templar un baño para un enfermo, se dice que está razonablemente caliente o tibio. Pero nadie, entrando en un jardín y tomando una rosa, exclama: ¡Qué razonablemente huele esta rosa! , aunque el médico le haya mandado olerla. Pues entonces dícese que lo mandado y recetado es razonable, pero no puede llamarse así el olor de la rosa, por ser un olor natural. Cuando un cocinero prepara un manjar, podemos decir que está razonablemente guisada; pero decir que sabe razonablemente no lo consiente la costumbre del lenguaje, porque no hay ninguna causa extrínseca, sino la satisfacción de un gusto presente.

297 Preguntad a un enfermo a quien el médico le ha recetado una poción, por qué debe ser tan dulce, y no os dará como causa el placer que le produce; alegará el motivo de la enfermedad, que no afecta al gusto, sino al estado del cuerpo, que es cosa diversa. Pero, si preguntamos a un goloso catador de algún manjar por qué es tan dulce y responde: porque me agrada, porque hallo gusto, nadie dice que es aquello razonablemente dulce, a no ser que su dulzura sea necesaria para otro fin y lo que se toma se ha hecho con este fin.

298 34. Así, pues, cuando miramos en este edificio todas sus partes, no puede menos de ofendernos el ver una puerta colocada a un lado, la otra casi en medio, pero no en medio. Porque en las artes humanas, no habiendo una necesidad, la desigual dimensión de las partes ofende, en cierto modo, a nuestra vista. En cambio, ¡cuánto nos deleitan y embelesan el ánimo las tres ventanas internas debidamente colocadas, a intervalos iguales, dos a los lados y una en medio, para dar luz al cuarto de baño! Por lo cual, hasta los mismos arquitectos llaman razón a este modo de disponer las partes; y dicen que las desigualmente colocadas carecen de razón. Es una forma de hablar muy difuminada y que ha pasado a todas las artes y obras humanas.

299 Y en los versos, donde también decimos que hay una razón, que pertenece al gusto de los sentidos, ¿quién no sabe que la medida y dimensión es artífice de toda su armonía? Pero en los movimientos cadenciosos de una danza, donde toda la mímica obedece a un fin expresivo, aunque cierto movimiento rítmico de los miembros deleita los ojos con su misma dimensión, con todo, se llama razonable aquella danza, porque el espectador inteligente comprende lo que significa y representa, dejando aparte el placer sensual. Si se hace una Venus alada y un Cupido cubierto con un manto, aun dándoles un maravilloso donaire y proporción de los miembros, no parece que se ofenden los ojos, pero sí el ánimo, a quien toca la interpretación de los signos. Los ojos se ofenderían privándolos de la armonía de los movimientos. Porque esto pertenecería al sentido, en el que el alma, por hallarse unida al cuerpo, percibe su deleite.

300 Una cosa es, pues, el sentido y otra la percepción por el sentido; al sentido halagan los movimientos rítmicos, al ánimo, al través del sentido corporal, le place la agradable significación captada en el movimiento. Lo mismo se advierte más fácilmente en los oídos: todo es agradable deleite al órgano sensitivo; pero los bellos pensamientos, aunque apresados por medio de voces que impresionan el oído, sólo ellos entran en la mente. Así, pues, cuando oímos aquellos versos: Me era dulce saber por qué el sol de invierno va a bañarse tan pronto en las aguas del mar; por qué en el verano vienen con tan lento pie las noches perezosas (VIRG., Georg. II 480-1), de diverso modo alabamos la armonía del verso y la belleza del pensamiento. Ni en el mismo sentido decimos que una armonía es bella o que una expresión es razonable.

CAPÍTULO XII
La razón, inventora de todas las artes.-Ocasión de los vocablos, de las letras, de los números, de la división de las letras, sílabas y palabras. -Origen de la historia


301 35. Hay, pues, tres géneros de cosas en que se muestra la obra de la razón: uno, en las acciones relacionadas con un fin; el segundo, en la palabra; el tercero, en el deleite. El primero nos amonesta a no hacer nada temerariamente; el segundo, a enseñar con verdad; el tercero nos invita a la dichosa contemplación. El primero se relaciona con las artes, de que hablamos aquí. Porque la potencia razonadora que usa, sigue o imita lo que es racional, pues por un vínculo natural está ligado el hombre a vivir en sociedad con los que tienen común la razón, ni puede unirse firmísimamente a otros sino por el lenguaje, comunicando y como fundiendo sus pensamientos con los de ellos.

302 Por eso fue necesario poner vocablos a las cosas, esto es, fijar sonidos que tuviesen una significación, y así, superando la imposibilidad de una comunicación directa de espíritu a espíritu, valióse de los sentidos como intermediarios para unirse con los otros. Pero vio que no podían oírse las palabras de los ausentes, y entonces inventó las letras, notando y distinguiendo todos los sonidos formados por el movimiento de la boca y de la lengua. Pero ¿cómo podía hablar ni escribir todavía, en medio de la multitud inmensa de cosas que se extienden a lo infinito, sin ponerles un limite fijo?
Advirtió, pues, la grande necesidad del cálculo y la numeración. De ambas invenciones nació la profesión de los calígrafos y calculadores. Era como una infancia de la gramática; según dice Varrón, comprendía los elementos de la lectura, escritura y del cálculo. Su nombre griego no lo recuerdo en este momento.

303 36. Y siguiendo adelante, la razón notó las diversas formas de emitir la voz, que constituyen nuestro lenguaje y dan lugar a nuestra escritura, y unas piden moderada abertura de la boca para que se produzcan limpios y fáciles, sin esfuerzo de colisión; otras se emiten con diferentes comprensiones de los labios para producir el sonido: las últimas, finalmente, deben reunirse a las primeras para su formación. Y así, según el orden en que se ha expuesto, las llamó vocales, semivocales y mudas. Después combinó las sílabas, y luego agrupó las palabras en ocho clases y formas, distinguiendo con pericia y sutileza su morfología y estructura. Y estudiando la armonía y medidas aplicó su atención a las diversas cantidades de las palabras y sílabas; y advirtiendo que en la pronunciación de unas se requiere doble tiempo que en otras, clasificó las sílabas en largas y breves, y organizándolo todo, lo redujo a reglas fijas.

CAPÍTULO XIII
Origen de la dialéctica y retórica


304 38. Una vez sistematizada la gramática, la razón pasó al estudio de la misma actividad pensante y creadora de las artes, porque no sólo las había reducido a cuerpo orgánico por medio de definiciones, divisiones y síntesis, sino también las defendió de todo error. Pues ¿cómo podía pasar a nuestras construcciones sin asegurarse primero de la bondad y seguridad de sus instrumentos, distinguiéndolos, notándolos, clasificándolos y creando de este modo la reina de las disciplinas, que es la dialéctica? Ella nos da el método para enseñar y aprender; en ella se nos declara lo que es la razón, su valor, sus aspiraciones y potencia. Nos da la seguridad y certeza del saber.
Pero como muchas veces los hombres necios, para obrar conforme a la recta doctrina con provecho y honestidad, no siguen el dictamen de la verdad sincera que brilla en su espíritu, sino que se van en pos del halago de los sentidos y de la propia costumbre, era necesario moverlos y enardecerlos para la práctica. Llamó retórica a esta disciplina, confiándole esta misión, más necesaria que sencilla, de esparcir y endeliciar al pueblo con variadísimas amenidades, atrayéndolo a buscar su propio bien y provecho. Mirad hasta dónde se elevó por las artes liberales la parte racional aplicada al estudio de la significación de las palabras.

CAPÍTULO XVII
Los ignorantes no deben dedicarse a problemas arduos


305 ... 46. Lo mismo vale lo que digo para las demás artes, las cuales, si totalmente desestimas, ruégote con la confianza propia de un hijo que conserves firme y prudentemente la fe que has recibido con los sagrados misterios, y permanece en la vida de costumbres que has profesado.
Hay muy arduos problemas relativos a Dios; por ejemplo, cómo, no siendo autor del mal y siendo omnipotente, se cometen tantos males, y con qué fin creó el mundo, no teniendo necesidad de él; si el mal es eterno o comenzó con el tiempo; y si es eterno y estuvo sometido a Dios; si tal vez siempre existió el mundo donde el mal fue dominado por un orden divino; y si el mundo comenzó a existir alguna vez, cómo antes de su existencia el mal estaba sofrenado por la potestad de Dios; y qué necesidad había de fabricar un mundo en que, para tormento de las almas, se incluyese el mal, frenado antes por el divino poder; si se supone un tiempo en que él no estaba bajo el dominio divino, ¿qué ocurrió de improviso que no había acaecido en eternos tiempos anteriores (porque es incalificable necedad, por no decir impiedad, sostener que hubo un cambio de consejo)?; y si decimos que el mal fue importuno, y hasta nocivo para Dios, según piensan algunos, no habrá docto que no se burle ni indocto que no se irrite por semejante dislate. Pues ¿qué daño pudo hacer a Dios aquella no sé qué naturaleza del mal? Si dicen que no pudo dañarle, no habrá motivo para fabricar el mundo; si pudo dañarle, es imperdonable iniquidad creer a Dios violable, sin otorgarle siquiera la potencia de esquivar el golpe de la violación.

306 Porque creen también que las almas aquí purgan su pena, pues no hay diferencia entre la substancia de Dios y la de ellas. Si decimos que este mundo no ha sido creado, es una ingratitud e impiedad el creerlo, porque la consecuencia será admitir que Dios no lo ha creado. Todas estas cuestiones y otras semejantes, o hay que estudiarlas con aquel orden de erudición que hemos expuesto o dejarlas enteramente.

CAPÍTULO XVIII
Por qué orden el alma es elevada a su propio conocimiento y al de la unidad


307 47. Y para que nadie piense que he emprendido un tema vastísimo, lo resumo todo más llana y brevemente. Y digo que al conocimiento de todos estos problemas nadie debe aspirar sin el doble conocimiento de la dialéctica y de la potencia de los números. Si aun esto les parece mucho, aprendan bien o la ciencia de los números o el arte de razonar bien. Si todavía les acobarda esto, ahonden en el conocimiento de la unidad en los números y de su valor, sin considerarla en la suprema ley y sumo orden de todas las cosas, sino en lo que cotidianamente sentimos y hacemos. Se afana por esta erudición la misma filosofía y llega a la unidad, pero de un modo mucho más elevado y divino.

308 Dos problemas le inquietan: uno concerniente al alma, el otro concerniente a Dios. El primero nos lleva al propio conocimiento, el segundo al conocimiento de nuestro origen. El propio conocimiento nos es más grato, el de Dios más caro; aquél nos hace dignos de la vida feliz, éste nos hace felices. El primero es para los aprendices, el segundo para los doctos. He aquí el método de la sabiduría con que el hombre se capacita para entender el orden de las cosas, conviene a saber: para conocer los dos mundos, y el mismo principio de la universalidad de las cosas, cuya verdadera ciencia consiste en la docta ignorancia.







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