CAPÍTULO 39

Que algunos, pagados de sí, desdeñan la estima de los demás.

64. En esta misma especie de tentación hay también otro mal, todavía más disimulado y oculto, en que caen aquellos hombres vanos que están muy preciados de sí mismos, aunque sus cosas no agraden, antes bien desagraden a los otros, ni ellos tampoco intentan agradarles.

Pero éstos, Señor, que se agradan a sí mismos, os desagradan mucho a Vos, porque se glorían no sólo de las cosas malas como si fueran buenas, sino también de las que son buenas y dones vuestros, como si sólo fuesen bienes suyos, o porque de tal manera los reconocen dones vuestros, que los juzgan debidos a sus méritos, y cuando los atribuyen únicamente a vuestra gracia, no se alegran amigablemente de que otros también los tengan, antes por eso mismo les tienen envidia.

Ya veis, Señor, cuánto tiembla mi alma a vista de todos estos y otros semejantes peligros y dificultades de que se ve rodeada y, por tanto, más bien creo y soy de sentir que Vos me curéis mis heridas y llagas, que el que entre tantos peligros deje yo de recibirlas y tenerlas.





Capítulo XXXIX


Epílogo de lo que ha tratado en este libro




65. Mientras que yo, Dios mío y Verdad eterna, me he ocupado en referiros todo cuanto he podido llegar a conocer de estas cosas inferiores, y he consultado con Vos, ¿cuándo ni dónde me dejasteis solo, o no anduvisteis conmigo, enseñándome lo que tengo de evitar y lo que tengo de apetecer? Registré primeramente las cosas exteriores de que consta el universo, según y como pude valerme de mis sentidos, después consideré la vida que mi cuerpo recibe de mi alma, y los sentidos mismos con que obra.

De allí entré a contemplar los senos de mi memoria, la vastísima capacidad que tienen, lo llenos que están de innumerable multitud de especies y los modos admirables con que allí se colocan y conservan. Consideré todo esto y quedé atónito y espantado; no pude entender sin Vos ninguna cosa de aquéllas, pero hallé y conocí que ninguna de ellas era lo que Vos; ni aun yo mismo, que descubrí y conocí todas aquellas cosas, imágenes y especies, y las fui recorriendo todas y procuré distinguirlas y apreciarlas según la estimación y dignidad que corresponde a cada una de ellas; ya recibiendo alguna de estas especies por medio de los sentidos, y examinándolas y reconociéndolas después; ya reflexionando algunas otras cosas que están como mezcladas conmigo, y examinando también el número, naturaleza y propiedades de los mismos sentidos que me daban noticia de ellas, y finalmente, aprovechándome de aquel tesoro de mi memoria, y usando diferentemente de sus grandes riquezas, manifestando unas, reservando otras y descubriendo las que estaban ocultas y guardadas, conocí que ni yo mismo, que hacía todas estas operaciones, o por mejor decir, ni la misma virtud y potencia con que las hacía, somos lo que Vos, que tenéis otro ser muy superior, porque Vos sois aquella luz permanente, con quien iba yo a consultar todas aquellas cosas, para saber si verdaderamente existían, qué ser y naturaleza era la suya, y qué precio y estimación debía hacerse de ellas, y oía lo que Vos me enseñabais y lo que me mandabais.

Esto mismo lo hago también ahora muchas veces; y esto es lo que me deleita, y así, cuando puedo eximirme de las ocupaciones que me son precisas y necesarias, me refugio a este deleite. Porque en ninguna de estas cosas, que he estado recorriendo y consultando con Vos, hallo un lugar seguro para mi alma sino en Vos, que sois el único donde caben y pueden reunirse todos los afectos de mi voluntad, que han estado esparcidos por las criaturas, de modo que ninguno de ellos se aparte jamás de Vos.

También algunas veces hacéis que en lo interior de mi alma prorrumpa en un afecto de amor muy extraordinario131, que me lleva a una incomprensible dulzura, la cual, si enteramente se me comunicara, sería una cosa que no puedo comprenderla, pero sé que sería muy superior a todo lo de esta vida. Con el peso de mis miserias vuelvo a dar en estas cosas terrenas, donde mis ocupaciones acostumbradas por todas partes me rodean, quedando como sumergido en ellas y como aprisionado; mucho lo siento y lloro, pero también lo que me estorban y detienen es mucho. ¡Tanto es lo que nos agobia la pesada carga de una costumbre! Como en este último estado puedo permanecer, pero no quiero, y en aquel otro quiero perseverar, pero no puedo, vengo a ser infeliz en uno y otro.





Capítulo XL


Cómo buscó a Dios dentro de sí mismo y en todas las demás cosas




66. Por eso consideré todas las dolencias de mis pecados en los tres géneros de concupiscencias que he referido e invoqué vuestra mano poderosa para que sanase las dolencias de mi alma. Como puse mis ojos en vuestros divinos resplandores, teniendo todavía el corazón herido y llagado, no pude resistir tan grande golpe de luz, y como deslumbrado, dije: ¿Quién será capaz de ver tan excesiva luz? Por lo que a mí toca, yo me veo infelizmente arrojado de vuestra presencia.

Vos sois la verdad suma y superior a todas las cosas; mas yo con una especie de avaricia no quería privarme de Vos, sino que juntamente con Vos quería poseer la mentira y falsedad, así como ninguno hay que de tal modo quiera ser mentiroso, que ni él mismo conozca lo que es verdadero. Por eso os pedí yo, Verdad eterna, por no ser Vos poseído de un alma juntamente con la mentira.





Capítulo XLI


Cómo algunos han recurrido infelizmente a los demonios, para que sirvieran de medianeros a fin de convertirse los hombres a Dios




67. ¿Quién había yo de hallar que pudiese reconciliarme con Vos? ¿Había de acudir a los ángeles? ¿Y con qué oraciones, con qué sacrificios había de atraerlos? Muchos pecadores, deseando volver a Vos, y no pudiendo lograrlo por sí solos, se valieron (según he oído decir) de semejantes medios; pero vencidos del deseo de tener apariciones o visiones curiosas, se hicieron dignos de engañosas ilusiones. Como os buscaban llenos de orgullo y presentaban con arrogancia su pecho, en lugar de herírsele con humildad, por eso solamente pudieron atraer a sí (por medio de alguna imagen o semejanza) a las rebeldes aéreas potestades, esto es, los demonios, compañeros de su soberbia, que los engañaron con la magia cuando ellos buscaban un medianero que les iluminase y purificase; y entre ellos no había sino el demonio, que se transformaba en ángel de luz. Lo que ayudó mucho a que los hombres soberbios y camales cayesen en semejante desvarío de solicitar al demonio para su medianero fue que, siendo ellos mortales y pecadores, y deseando (aunque soberbiamente) reconciliarse con Vos, que sois inmortal e impecable, les pareció que aquel maligno espíritu sería el más oportuno, por la ventaja de no tener cuerpo formado de carne como ellos.

Pero es menester que el mediador entre Dios y los hombres tuviese algo en que fuese semejante a Dios, y algo también que fuese semejante a los hombres, porque si en todo fuera semejante a los hombres, estaría muy apartado de Dios, y si en todo fuera semejante a Dios, estaría muy lejos de los hombres, y así no podría ser medianero.

Aquel, pues, mediador falso, por el cual, conforme a vuestros ocultos juicios, merecen ser engañados los soberbios, tiene una cosa por donde es semejante a los hombres, que es el pecado, y quiere dar a entender que tiene otra cosa por donde sea semejante a Dios, jactándose de ser inmortal, por cuanto no está vestido de la mortalidad de nuestra carne. Pero siendo como es la muerte, la paga y estipendio del pecado, en el cual es semejante a los hombres, también lo es en estar juntamente con ellos condenado a muerte.





Capítulo XLII


Carácter del verdadero mediador entre Dios y los hombres




68. El verdadero mediador es Aquél que por vuestra inescrutable misericordia os dignasteis manifestar a los humildes y le enviasteis para que con su ejemplo aprendiesen la verdadera humildad. Este mediador entre Dios y los hombres es el Hombre Jesucristo, que se manifestó mediando entre los pecadores y mortales, y entre el que esencialmente es justo e inmortal; conviniendo en lo mortal con los hombres, y en la justicia y santidad con Dios, para que, supuesto que la vida y la paz eterna es la paga y estipendio de la santidad y justicia, lograse con la justicia y santidad, en que convenía con Dios, que cesase la sentencia de muerte fulminada contra los pecadores e impíos, a quienes justificó, y cuya muerte quiso padecer como ellos. Este mismo medianero fue anunciado y revelado a los santos y patriarcas antiguos, para que ellos se salvasen, teniendo fe en la muerte que había de padecer, así como nosotros nos salvamos, teniendo fe en la muerte que efectivamente padeció. Éste, pues, en cuanto es hombre, en tanto es medianero, porque, en cuanto es Verbo divino, no media entre Dios y el hombre, sino que es igual a Dios, y tan Dios, que con el Padre y el Espíritu Santo es un mismo Dios.

69. ¡Oh eterno y amantísimo Padre!, ¡qué grande fue el exceso de vuestro amor para con los hombres, pues no perdonasteis a vuestro unigénito Hijo, sino que le entregasteis a que muriese por nosotros pecadores!, ¡qué grande fue el amor que nos mostrasteis, pues llegó a tal extremo, que aquel mismo Señor, que en tenerse por igual a Vos no os usurpara cosa alguna, se sujetase a padecer por nosotros la ignominiosa muerte de cruz! Así Él había sido el único libre entre los muertos, que tuvo potestad de morir y también la tuvo de resucitar. Él mismo fue el vencedor y la víctima que se ofreció a Vos por nosotros, y por eso fue vencedor, porque fue víctima. Se hizo para con Vos sacerdote, y sacrificio por nosotros; y por eso fue el sacerdote, porque Él mismo fue el sacrificio. Y finalmente, de siervos que éramos, nos hizo vuestros hijos el que, siendo Hijo vuestro, se hizo nuestro siervo.

Con razón, pues, Dios mío, tengo grande y firmísima esperanza de que sanaréis todas mis dolencias, por este mismo Señor, que está sentado a vuestra diestra y os ruega incesantemente por nosotros, que si no desesperaría de mi salud. Verdaderamente son muchas y grandes mis dolencias, muchas son y grandes; pero mayor, más copiosa y eficaz es vuestra medicina. Si el divino Verbo no se hubiera hecho hombre, ni habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgar que estaba muy ajeno de unirse con la humana naturaleza, y desesperar enteramente de nuestra salvación.

70. Confieso que, aterrado de mis culpas y oprimido del peso de mis miserias, había pensado en mi interior, muchas veces, y formado intención de dejarlo todo y huir a una soledad; pero Vos me lo estorbasteis y me animasteis diciéndome: Jesucristo murió por todos, para que los que viven, no vivan ya para sí mismos, sino para aquél que murió por ellos. Pues, Señor, en Vos pongo todo el cuidado de mi salud, para vivir y emplearme en contemplar las maravillas de vuestra santa ley. Vos sabéis mis ignorancias y conocéis mis dolencias, pues enseñadme y sanadme. Este vuestro único Hijo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, me redimió con su sangre. Pues no me inquieten los soberbios con sus calumnias, porque me ocupo en meditar el precio de mi rescate, porque le como y bebo, y porque le distribuyo, y porque reconociendo mi pobreza y necesidad, deseo saciarme de Él entre aquéllos que ya le están comiendo y saciándose de Él, y alaban eternamente al Señor los que le buscan.



Las Confesiones
por San Agustín
Libro X
(Parte 2)
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