CAPITULOS I - XXV  

CAPITULO XXVI

El Arca que mandó hacer Dios a Noé en todo significa a Cristo y a su iglesia

Ordenó Dios a Noé, hombre justo y, como dice la verdadera Escritura, entre todos los de su tiempo el más perfecto (aunque no como lo han de llegar a ser los ciudadanos de la Ciudad de Dios en aquel estado de inmortalidad en el que se igualarán con los ángeles de Dios, sino como puede haber perfectos en esta peregrinación de la tierra); mandó Dios a Noé que construyese una Arca para salvarse de la inundación del Diluvio con los suyos, esto es, con su mujer, hijos, nueras y con los animales que por orden de Dios entraron con él en el Arca. lo cual es, sin duda, una figura representativa de la ciudad de Dios que peregrina en este siglo, esto es, de la Iglesia, que se va salvando y llega al puerto deseado por el leño en que estuvo suspenso el Mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús, porque aun las mismas medidas y el tamaño de su longitud, altura y anchura significan el cuerpo humano, con el cual real y verdaderamente, según estaba profetizado, había de venir y vino. Pues la altura de un cuerpo humano, desde la cabeza hasta los pies, es seis veces más que la anchura, que es la que se toma de un lado a otro, y diez veces más que la medida desde las espaldas al vientre. Como si medimos un hombre tendido boca arriba o boca abajo, tiene de largo desde la cabeza hasta los pies seis veces más que el lado de izquierda a derecha, o de derecha a izquierda, y diez lo que tiene de altura de la tierra.
Así se hizo el Arca de trescientos codos de largo, cincuenta de ancho y treinta de alto. Y el haberle hecho puerta en el lado, sin duda significa aquella haga que con la lanza abrieron en el costado del Crucificado, porque por ella entramos los que caminamos a El, y de ella brotaron los Sacramentos con que los fieles se santifican. Y el mandar que se hiciese de piezas cuadradas significa la estabilidad que tiene por todas partes la vida de los santos, porque dondequiera que volviereis el cuadrado está firme. Y todo lo demás que se dice de la fábrica de esta Arca son señales de otras propiedades de la Iglesia; pero sería larga digresión quererlas especificar ahora, y ya tratamos de este particular en los libros que escribí contra el maniqueo Fausto, que negaba que en los libros de los hebreos hubiese profecía alguna de Jesucristo.
Puede ser que las explicaciones que se den sean unas mejores que otras y algunas mejores que la nuestra, con tal que se refieran a la ciudad de Dios de que tratamos, que anda peregrinando como en un Diluvio en este perverso y corrompido siglo, si el que lo explique no quiere desviarse del sentido literal del autor que escribió esta historia.
Como si alguno, v gr., lo que dice el sagrado texto, «las partes inferiores las harás de dos y de tres cámaras» no quiere que se entienda, como yo expuse en los citados libros, que de todas las gentes y naciones se junta y compone la Iglesia, y lo de dos cámaras se dijo por dos clases de gentes es a saber, los circuncidados y los que no lo estaban, a quienes el Apóstol en otra frase llama judíos y griegos; y lo de tres cámaras, porque todas las naciones se restauraron después del Diluvio, procediendo de los tres hijos de Noé; y quiere dar otra explicación que no sea ajena ni contradiga al Canon de la fe.
Porque como quiso Dios que el Arca tuviese habitaciones o cámaras, no sólo en las partes inferiores, sino también en las Superiores, a esta disposición llamó dos cámaras; y por haber en las superiores otra cámara, díjose que había tres cámaras, de modo que, desde lo bajo a lo alto, eran primera, segunda y tercera habitación; por las cuales se pueden entender aquí aquellas tres excelentes virtudes que recomienda el Apóstol: la fe, la esperanza y la caridad; y con más propiedad y conveniencia los tres frutos evangélicos de treinta, sesenta y ciento; de modo que en lo más bajo tenga su morada la castidad conyugal; sobre ésta, la de la viuda, y sobre todo, la virginal.
Estas y otras mejores interpretaciones pueden darse, con tal de que quepan dentro de la fe cristiana. Lo mismo digo de todo lo demás que aquí se hubiese de declarar, que puede explicarse de diversas maneras, pero atendiendo siempre a una sólida concordia con la fe católica.

CAPITULO XXVII

Del Arca y del Diluvio, y que no debe creerse a los que admiten sólo la historia sin significación alguna alegórica, ni a los que defienden sólo las alegorías, desechando la verdad de la historia

Sin embargo, ninguno debe imaginar, o que escribió esto en vano, o que sólo debemos indagar la verdad de la historia sin atender a significación alguna alegórica; o al contrario, que nada de esto sucedió, sino que sólo son figuras verbales; o, sea lo que fuere, nada tiene que ver con las profecías de la Iglesia.
Porque ¿quién, si no es un insensato o demente, ha de decir que son libros inútilmente escritos los que se han conservado y custodiado por tantos millares de años con tanta veneración y fidelidad de sucesión? O que debe atenderse sólo a la historia, pues, omitiendo otras particularidades, si por la multitud de los animales era fuerza que se construyera una Arca tan capaz, ¿qué precisión había para que se introdujesen de los animales inmundos dos de cada especie, y siete de los limpios, pudiéndose conservar unos y otros en igual número? ¿O acaso Dios, que para conservar las especies prescribió que las guardasen, no podía recriarlas del modo que las crió?
Y los que sostienen que nada de esto sucedió, sino que sólo son figuras para significar otras cosas, piensan en primer lugar que no pudo ser tan grande el Diluvio que sobrepujase la creciente del agua quince codos las cumbres de los más elevados montes por causa del monte Olimpo, sobre el cual dicen que no pueden subir las nubes, porque es tan elevado como el cielo y no puede experimentarse allí este aire denso donde se engendran los vientos, nieblas y aguas; y no consideran los autores de este argumento que hay allí tierra, que es el más denso de los elementos, a menos que nieguen que sea de tierra la cumbre del monte. ¿Cómo pudo la tierra levantase hasta aquella altura del cielo y el agua no pudo, afirmando los que miden y pesan los elementos que el agua es superior y menos pesada que la tierra? ¿Y qué razón es la que dan para que la tierra, que es más grave e inferior, haya llegado y ocupe lugar del cielo más quieto y tranquilo por tantas series de años, y que al agua, que es más leve y superior, no se le haya permitido que haga esta ascensión, siquiera por un corto espacio de tiempo?
Dicen también que en aquella Arca no pudo haber tanta especie de animales, macho y hembra, dos de cada clase de los inmundos y siete de los limpios; pero advierto que sólo cuentan trescientos codos de largura, cincuenta de anchura y treinta de altura, no considerando que hay otro tanto en las partes superiores o segundo piso, y asimismo otro tanto en las superiores de las superiores, esto es, en el tercer piso, y que, por consiguiente, multiplicando tres veces aquellos codos, dan de largo novecientos, de anche ciento y cincuenta, noventa de alto.
Y si quisiésemos pensar lo que Orígenes, no sin agudeza, dijo, que Moisés, hombre de Dios y, como dice la Escritura, «versado en todas las ciencias de los egipcios», que fueron aficionados y dados al estudio de la geometría, pudo significar codos geométricos, uno de los cuales equivale a seis de los nuestros, ¿quién no advierte lo que pudo caber en aquella fabricación tan grande?
El argumento de que no pudo hacerse una Arca de tanta grandeza y extensión es calumnia muy necia, observando que se han fabricado ciudades inmensas y muy dilatadas Y que se emplearon cien anos en la construcción de la Arca; a no ser que pueda junta piedra con piedra con sola cal, de modo que venga a formar un muro de muchas millas, y que sea imposible unir maderos con tarugos, abrazaderas, clavos y brea para una Arca, con líneas no curvas, sino rectas la cual no habla de ser necesario echar al mar a fuerza de brazos, sino que la movería y levantaría el agua cuando viniera con el orden natural de los pesos, y que la gobernara sobre las aguas más la divina Providencia que la humana prudencia, para que en ninguna parte padeciera naufragio.
Respecto a los que preguntan con demasiada curiosidad si de las sabandijas más pequeñas, no sólo los ratones y lagartijas, sino también las langostas, escarabajos y, en fin, moscas y pulgas, hubo más cantidad en el Arca de la que ordenó y mandó Dios, deben advertir primeramente los que dudan de esta circunstancia que lo que dice la Sagrada Escritura: «los animales que van arrastrando sobre la tierra, se debe entender de modo que no fue necesario conservar en el Arca no sólo los que nadan debajo del agua, como los peces, sino tampoco los que flotan sobre ella, come varias aves; y cuando dice: «serán macho y hembra», sin duda lo dice para reparar la especie, y, según esto, tampoco fue necesario que hubiese allí los animalejos que pueden nacer sin la unión de macho y hembra de cualquiera materia o de cualquiera corrupción; o que si los hubo, como los suele haber en las casas, pudieron ser sin determinación de cantidad, y si el misterio sacratísimo que se representaba y la figura de una tan grande maravilla, en realidad de verdad no podía cumplirse de otra manera sino estando allí, en el Arca en determinado número, todos los animales que no podían, prohibiéndoselo su naturaleza, vivir en las aguas, no estuvo esto a cargo de aquel hombre o de aquellos hombres, sino al de Dios; porque Noé no los buscaba y metía en el Arca, sino que, conforme llegaban, los dejaban entrar, y a esto alude lo que dice: «entrarán contigo», es, a saber, no por diligencia humana, sino por voluntad divina.
De modo que no se crea que hubo allí los que carecen de sexo, porque estaba ordenado que fuesen macho y hembra; pues hay algunos animales que nacen de cualquiera cosa, sin haber unión de macho y hembra, y después se vienen a juntar y engendrar, como son las moscas, y otros en quienes no hay macho y hembra, como son las abejas. Pero aquellos en quienes hay macho y hembra, y con todo no engendran, como son los mulos y las mulas, maravilla fuera que se hallaran allí, bastando que estuvieran sus Padres, es a saber, la especie del caballo y del asno; y lo mismo puede decirse de algunos que con la mezcla de diferentes especies procrean otra, aunque si esto importaba para el misterio, allí se hallarían, porque también esta especie tiene macho y hembra.
Preguntan además algunos respecto de los manjares que allí podían tener los animales, que se sabe no se sustentan sino de carne, si además dei número determinado hubo allí alguno otros sin quebrantar el mandato, a loa cuales obligase a encerrar allí la necesidad de mantener a los otros, o, lo que es más verosímil si fuera de las carnes pudo haber algunos alimentos que conviniesen para todos; porque conocemos muchos animales que se sustentan de carne, que comen legumbres y frutas, y principalmente higos y castañas. ¿Qué maravilla, pues, si aquel varón sabio, justo y además instruido por Dios de lo que necesitaba cada uno, aprestó y guardó Para cada especie, además de las carnes, el alimento acomodado que le convenía? ¿Y qué cosa no les haría comer el hambre? ¿O qué pudo hacer Dios que no les fuese suave y saludable, pudiendo por divino privilegio concederles que vivieran sin comer, si no conviniera que comieran para el cumplimiento de la figura de tan grande misterio?
No cabe, pues, dudar, como no sea por terquedad, que tantas y tan diversas señales de sucesos acaecidos no sirvan para figurarnos la Iglesia. Porque ya las gentes de tal suerte le han poblado los limpios y los inmundos hasta que llegue a determinado fin y de tal suerte están comprendidos y ligados con el vínculo de su estrecha unión, que por sólo esto, que es evidentísimo, no es licito dudar de las demás cosas que se dicen con más oscuridad, y con más dificultad pueden entenderse.
Y siendo así, ninguno, por inflexible y obstinado que sea, se atreverá a pensar que esto se escribió inútilmente, ni tampoco que, habiendo sucedido, no tuvo cierta significación, ni que sólo son dichos significativos y no hechos.
Ni puede decirse probablemente que son ajenos de representar o significas la Iglesia, sino debe creerse que se escribieron con mucho acuerdo y sabiduría, que realmente sucedieron, que significaron algún misterio, y que éste consiste en representar la Iglesia.
Pero ya que hemos llegado a este punto, será bien concluir este libro, podrá continuar en el siguiente el curso de ambas ciudades, la terrena, que vive según el hombre, y la celestial, que vive según Dios, después del Diluvio y durante los demás sucesos que efectivamente acaecieron.


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La Ciudad de Dios
por San Agustín

Libro Décimoquinto
Principio De Las Dos Ciudades En La Tierra
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