Liberación — El Evangelio de Dios
por Jaime Adams


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1: Liberación - el anhelo de todos

“¡ Liberación ! ¡ Liberación !” es el grito común que resuena a través de este mundo de opresión y miseria. Toda la historia del hombre habla de la lucha por la emancipación, porque la tragedia intrínseca de la humanidad reside en su misma condición de esclavitud.

Entre los muchos paladines de la libertad sobresale Simón Bolívar, uno de los líderes más destacados de la historia de Latinoamérica. Bien sabemos de su gran valentía y la habilidad que empleó en la lucha que trajo independencia nacional a las repúblicas de Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia. Con radón ha sido honrado con el título de `El Libertador'. Pero hay un acontecimiento quizás poco conocido de la vida de este gran héroe. Después de sacrificar unos veinte años de la flor de su vida a luchar en forma casi continua por la libertad, Bolívar, a los 47 años, tuvo como recompensa personal el desengaño y la salud quebrantada. Renunció a la presidencia de Colombia, y se fue a Cartagena, bella ciudad de la costa colombiana, con ánimo de viajar a Europa.

De Cartagena siguió a Santa Marta, otro puerto cercano, donde sintiendo que se agravaba su enfermedad, se instaló en la `Quinta de San Pedro Alejandrino'. Allí un médico francés, el Dr. Reverendo, lo atendió con cariño, pero sin resultado. En una ocasión en que los dos estaban conversando pocos días antes de morir Bolívar, se desarrolló el siguiente diálogo:

Bolívar - ¿ Qué le ha traído a estas tierras, doctor?

Reverendo - He venido en busca de libertad, Excelencia.

Bolívar - Y, ¿ la ha encontrado usted?

Reverendo - Sí, Excelencia.

Bolívar - Entonces, ha sido usted más afortunado que yo.

¿ Leímos bien? ¿ No encontrar libertad `El Liber-tador'? Da tristeza tal pensamiento. Pero si el hombre de tanto éxito, poder y fama, que pasó la mayor parte de su vida luchando por la libertad, no la encontró, ¿ hay esperanza alguna de que noso-tros la hallemos? Quizás cabe preguntar: ¿ Qué es la libertad? ¿ Qué es esta abstracción que todos anhelamos poseer, y para obtener la cual todos nos esforzamos?

La esclavitud y la opresión han sido siempre los enemigos de la humanidad. Por todos lados se oyen los gritos de los oprimidos. Mas, ¿ cómo efectuar el derrocamiento de la cruel dominación? Si queremos participar en esta lucha, ¿ cuál será la manera de hacerlo? Hay que pensarlo bien, porque muchos, igual que Bolívar, se han lanzado enteramente a la lucha por la libertad sin obtenerla ellos mismos. Es indispensable que nos pregun-temos: ¿ En qué consiste la libertad?

Por medio de la experiencia de los siglos podemos ver que ni la abundancia económica ni la indepen-dencia nacional bastan para hacer libre al hombre. Así que no es posible que los ejércitos o las revolu-ciones nos traigan libertad. Si tampoco sirvieron la gran honestidad y la dedicación de Bolívar para alcanzar la liberación, t cómo se obtendrá la verdadera libertad?
Esta búsqueda nos lleva a la segunda frase de nuestro título `Liberación - El Evangelio de Dios', es decir: `El evangelio de Dios'. Porque sólo el libro de Dios, creador del hombre, nos da la respuesta a todas las inquietudes de la vida. Y en cuanto a la libertad, nos enseña tanto lo que es como el camino para encontrarla. Allí descubrimos que lo único que puede hacer libre al hombre es la verdad. La Biblia nos dice: `Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres' (Juan 8.32).  La verdadera libertad es conocer al `Gran Libertador,' quien dijo: `Yo soy la verdad' (Juan I4.6). La realidad que libra y cambia al mundo es el conocimiento de la verdad de Dios por medio de Jesucristo. El evangelio no es un libro o una colección de hechos y dichos de Cristo; el evangelio es el feliz anuncio de la liberación y la salvación del hombre. Por tanto, si estamos buscando la libertad, debemos investigar seriamente el mensaje del verdadero Dios para el hombre esclavizado.

San Pablo, en su epístola a los Romanos, se destaca como el pregonero del mensaje liberador destinado a toda la humanidad. En esta obra maestra nos ofrece la exposición más clara y más detallada del `evangelio', la buena noticia de liber-tad. Por eso merece nuestra detenida atención esa carta del inspirado apóstol. En ella tenemos el resumen de las grandes verdades de la Biblia. Aunque los otros escritores de la Biblia no usaron con frecuencia el sustantivo `evangelio' griego por `evangelio' o `buenas noticias'), San Pablo le dio mucha importancia, utilizándolo unas 6o veces en sus cartas a las iglesias.

En las primeras líneas de su profunda Epístola a los Romanos Pablo habla del `evangelio de Dios.' El verdadero mensaje de liberación es `de Dios' porque:

I. Dios mismo es su Autor: Dios el Padre.

II. Dios mismo es su gran Tema: Dios el Hijo.

III. Dios mismo es su Intérprete: Dios el Espíritu Santo.

Siguiendo estos tres puntos estudiemos el mensaje de libertad, no desde el balcón de la simple observación sino en el camino hacia la verdad. `Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres' (Juan 8.32).

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EL AUTOR DEL EVANGELIO

`Mas al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?'
Nabucodonosor, Rey de Babilonia 605-562 a.C.
citado en Daniel 4.34, 35

`Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.' de El Credo de los Apóstoles

`Es Dios y Dios solamente quien salva, y que está en todo elemento del proceso salvador.' B. B. Warfield

`Si hubiera un solo punto en la vestidura celestial de nuestra justicia que nosotros mismos tuviésemos que poner, estaríamos perdidos.' C. H. Spurgeon

2: El Autor del Evangelio: Dios el Padre

Su Persona

Dios es incomparable en su supremacía. El Autor de la libertad es una Persona incomparable. La Escritura nos declara: `He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son esti-madas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo . . . Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios . . ?' (Is. 40.15, 17, 18a). Es el poderoso Dios a quien los cielos de los cielos no pueden contener, a quien el mundo parece menos que unos granitos de polvo en la balanza. Es el Dios de todo. El inventó este mundo inmenso y los minúsculos átomos. No sólo creó sino que también controla tanto la inmensidad del universo con sus 4o mil millones de soles, la mayoría de los cuales son mucho más grandes que el nuestro, como asimismo la pequeñez del átomo, del cual hay cien millones de billones en una sola gota de agua. Todo subsiste en Dios, y en él todas las cosas se conservan unidas.

El no tiene necesidad de nada, ni puede ser afectada en manera alguna su perfecta supremacía. Lo que para nosotros es espacio infinito, no es mas que un punto en el horizonte de su visión. Lo que nosotros concebimos como tiempo infinito, no es, ante los ojos de él, más que el ayer que ya pasó. Su voluntad es la ley incontrastable que rige todo cuanto existe. Envuelto en majestad y vestido de poder, la justicia y el juicio componen el fundamento de su trono. Se sienta en los cielos y hace lo que le place (Sal. 115.3). Este soberano Señor de toda la creación es el glorioso Autor del evangelio de liberación.

Los hombres rechazan su supremacía. Aunque Dios es infinitamente superior al hombre, la maravillosa verdad es que este majestuoso y omnipotente Creador se interesa por la indigna raza humana y su estado esclavizado. En todo el Antiguo Testamento se habla de la manera en que el misericordioso Señor se preocupaba por su pueblo oprimido, librándolos repetidas veces de sus opresores. A pesar de la inmérita compasión de Dios al proceder así, muchos fueron en aquel tiempo los que evidenciaron su descontento. Se rebelaban contra el propio Libertador y su soberanía. Se negaban a aceptar sobre ellos incluso al bondadoso Dios que los libraba, y en consecuencia les cayó la cruel dominación a manos de hombres malos. Hoy día son muchos los que mantienen esa misma rebeldía. El insigne predicador Carlos Spurgeon lo observó en su época, y en una ocasión dijo: `Hermanos, en todos los corazones hay una natural enemistad hacia Dios y hacia la soberanía de su gracia. He sabido que hay hombres que se muerden los labios y rechinan los dientes rabiosos cuando predico la soberanía de Dios . . . Los doctrinarios de hoy aceptan un dios, pero que no ha de ser Rey, es decir, ‘escogieron un dios que no es dios.' En contraste, las Escrituras nos manifiestan que `7ehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno' (Jeremías 10:10).
Este Dios de la Santa Biblia es independiente en su Ser, en todas sus acciones (Efesios 1:11), y todas las criaturas dependen de él. Aunque no queramos reconocer nuestra dependencia, no por ello no existe. Hay una diferencia muy grande entre el Creador y la criatura. Jehová es el soberano monarca que proclama: `Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí, no hay Dios' (Is. 44.6).

Dios es incomprensible pero conocible. Es asombroso pensar en conocer a ese Creador que es incompara-ble en su grandeza y soberanía. ¿ Cómo puede el entendimiento humano comprender la inmensa esencia de Dios? Las preguntas hechas milenios atrás, con sus respuestas, merecen nuestra con-sideración: `¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás? Su dimensión es más extensa que la tierra, y más ancha que el mar' (Job 11:7-9).

Pero Dios no es el `completamente otro, el `dios desconocido' de la filosofía moderna. Es cierto que Dios es incomprensible en el sentido de que pudiésemos comprender su Ser infinito con nuestras mentes finitas. Sin embargo, Dios se nos reveló en las Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamentos. Esta revelación limitada que nos ha dado es verdadera, y suficiente para conocerle. Juan, el apóstol, en forma resumida nos instruye de esta veracidad así: `A Dios nadie le vio jamás (en su esencia); el único Dios engendrado (Jesu-cristo) que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer' (Juan 1.18, traducción amplificada del autor basada en los mejores textos griegos).

Su Plan

Este Dios soberano, autor de la libertad, tiene un plan, un mensaje de liberación para el hombre encadenado. Todos lamentamos que, no obstante las muchas luchas de nuestros antecesores, persista la servidumbre. Pero, ¿ qué es lo que esclaviza al hombre? ¿ Cuál es la raíz de la perpetua opre-sión? Jesús el gran Maestro enseñó: `En verdad, en verdad os digo, todo el que comete pecado es esclavo del pecado' (Juan 8.34). Por otras citas sabemos que: `No hay justo, ni aun uno'(Rom, 3.10); `por cuanto todos pecaron' (Rom. 3.23, 5.I2). Segui-mos leyendo: `Porque la paga del pecado es muerte' (Rom. 6.23). Así, queda claro que lo primero que oprime al hombre es el vil pecado y sus conse-cuencias. Mas, ¿ cómo responde el Soberano a ese pecado con el cual se enfrenta?

La misericordia y el amor del plan. Dios tenía derecho de destruir todo este mundo pecaminoso. Ese Creador santo, que jamás tuvo necesidad del hombre para su propia felicidad, ese Creador santo, con toda justicia podría haber desechado para siempre y sin misericordia a nuestra raza caída. Pero este santo Creador actuó de otra manera. Dios amó tanto al hombre encadenado por el pecado que escogió a algunos de los inte-grantes de esta raza, es decir, a algunos pecadores caídos, y los redimió. Y lo hizo de una manera que nos mostró, no un interés lejano, sino un compromiso íntimo con nosotros: envió al mundo a su propio Hijo, quien por amor sufrió la muerte en la cruz para salvarnos (Juan 3.16-18).

Ahora habla desde su trono a nuestra raza impía a través de las palabras del evangelio, ins-tándonos a arrepentirnos y creer las buenas nuevas de liberación. Y aunque esta palabra es en realidad un mandamiento divino, se da en forma de invitación misericordiosa que exhorta a todos a experimentar contrición de corazón y humildad de espíritu y a escoger la vida. El santo Creador sacrificó a su propio Hijo con el propósito de librar al hombre de la dominación del pecado -plan que se había trazado desde antes de la fundación del mundo (1 Ped. 1:18-20). Nada en el pecador lo pudo haber impulsado, pues Dios ya había planeado la salvación antes de que existiera el hombre. Según Efesios 1.4 `nos escogió en él antes de la fundación del mundo'; y Rom. 9. 111 afirma: `pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese'.

El origen del plan. La opresión es consecuencia de nuestra caída en el pecado, pero el mensaje del cristianismo no viene de nosotros. La tiranía es de origen humano, mas la salida no lo es. Antes bien, este camino de libertad para el pecador tiene su origen en la operación personal de Dios. `Antes que el ser humano tratara de buscar a Dios, Dios ya lo había buscado. La Biblia no muestra al hombre tanteando por encontrar a Dios, sino que muestra a Dios yendo en pos del hombre. Gente hay que visualiza un dios sentado cómodamente en un alto solio, distante, separado, desinteresado e indiferente a las necesidades de los mortales, hasta que los gritos constantes de éstos lo sacan dé la modorra en que vive, y resuelve intervenir en su favor. Tal concepto es falso, rayano en la blasfemia. La Biblia revela a un Dios que toma la iniciativa, se levanta de su trono, deja su gloria, baja a buscar al pecador y se humilla, mucho tiempo antes que se le ocurra al hombre volverse a él, pues se halla envuelto en oscuridad y hundido en el pecado."

El apóstol Pablo, escribiendo a su colaborador Timoteo, afirmó que el gran origen del evangelio de Dios era `el propósito Suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio' (2 Tim. 1.9, 10).

La singularidad del plan. Como el hombre no es el autor del evangelio, y la liberación nos viene únicamente por medio de ese evangelio, lógica-mente tampoco puede ser autor de su propia emancipación. Esta, por el contrario, tiene como Arquitecto, al eterno Dios el Padre, como se sabe por medio de la Sagrada Escritura. No basta saber que hay algún dios, sino que es necesario conocer al `único Dios verdadero' (Juan 17.3). Los demás, la multitud de dioses, son fraudes que no salvan. Los políticos utópicos, por ejemplo, en que mucha gente confía, solamente engañan con promesas que no cumplen. Por eso siempre da tristeza ver que algunos teólogos dejen de buscar repuestas en la Santa Biblia y se dejen llevar por el remolino de la política. Ni `los dioses de oro' (Éxodo 32.32), ni los de ningún sistema económico, sea el capitalismo ateo o el comunismo ateo, nos pueden librar. Antes nos esclavizan más y más. Existe una esclavitud de la abundancia, como se ve en muchas partes de los EE.UU. y en las demás modernas sociedades de consumo, donde algunos hombres se vuelven prisioneros de sus propias satisfacciones y a veces en el proceso oprimen a su prójimo. Existe otra esclavitud, la del poder, de la cual nos pueden servir de ejemplo los países comunistas, donde algunos hombres se embriagan en su propia autoridad y algunos oprimidos se convierten en opresores. En el último caso el pueblo entero vive al servicio de unos pocos hombres. La historia muestra que el cambiar estructuras sin cambiar radicalmente a los hombres no hace más que permutar una servidumbre por otra. El origen de ambas esclavitudes está en la misma fuente: la naturaleza pecaminosa del hombre. Por eso el verdadero Dios dijo: `Yo, yo Jehová, fuera de mí no hay quien salve' (Isaías 43:11). Sin el conocimiento de este Dios, sean lo que fueran nuestras circunstancias exteriores, seguimos sometidos á la tiranía.

Dios - la única ,fuente de todos los bienes. Por esta razón nos corresponde mirar solamente al Dios de la Biblia para nuestra liberación. Juan Calvino, gran defensor de la ortodoxia bíblica y teólogo eminente, no exagera de ninguna manera cuando afirma que `es menester que estemos resueltos y convencidos de que el Dios que adora-mos es la fuente de todos los bienes, para que ninguna cosa busquemos fuera de él. Lo que quiero decir es: que no solamente habiendo creado una vez el mundo, lo sustenta con su inmensa potencia, lo rige con su sabiduría, lo conserva con su bondad, y sobre todo cuida de regir el género humano con justicia y equidad, lo soporta con misericordia, lo defiende con su amparo; sino que también es menester que creamos que en ningún otro fuera de él se hallará una sola gota de sabiduría, luz, justicia, potencia, rectitud y perfecta verdad, a fin de que, como todas estas cosas proceden de él, y él es la sola causa de todas ellas, así nosotros aprendamos a esperarlas y pedírselas a él, y darle gracias por ellas. Miremos al `único Dios verdadero' para nuestra salvación. El dice: `No hay más Dios que yo; Dios . justo y salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más' (Is..45.2I-22).

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EL TEMA DEL EVANGELIO

'En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.' San Juan 1.1, 14 La Biblia de Las Américas

'Nadie ha visto jamás a Dios; el único Dios engendrado, que está en el seno del Padre, El le ha dado a conocer.' San Juan 1.18 La Biblia de Las Américas

`Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él habla prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos.' Romanos 1:1-4

`Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.' Gálatas 1:3-5

3: El Tema del Evangelio: Dios el Hijo

Habiendo concebido en la eternidad un plan para la liberación del hombre, Dios procedió en el tiempo a llevarlo a cabo, enviando al mundo a Jesucristo para cumplir dicho plan. Casi todo el mundo habrá oído hablar de Cristo Jesús, pero han pasado muchos siglos desde que vivió en la tierra, y se han levantado innumerables religiones y sectas que no comparten ningún principio en común aparte de reclamar para sí el nombre de Jesucristo. Frente a tal confusión reinante, hoy es necesario volver a hacer la pregunta que hacía mucha gente hace 19 siglos: ¿Quién es Jesucristo?

Cristo Jesús es histórico. Sabemos que, históri-camente, Jesús es un hombre que vivió hace casi dos mil años. Nació de la bendita virgen María, y era dueño de un cuerpo físico como cualquier hombre. Podemos verlo, por decirlo así, cuando ese cuerpo es herido, lastimado a latigazos, coronado de espinas y clavado en la cruz del Gólgota. `La existencia de Jesús,' como escribe el autor ecuatoriano René Padilla, `no es asunto de la fantasía o la mitología, sino de la historia. No sería sorprendente si el humilde carpintero de Nazaret hubiese pasado completamente inadvertido por todos los escritores del primer siglo. Pero no fue así: las referencias a él son suficientes para establecer el hecho de Jesucristo como un hecho histórico incontrovertible. Para negarlo hay que rechazar no sólo el testimonio del Nuevo Testa-mento, sino también el de dos destacados histori-adores y varios maestros judíos del primer siglo.'

Cristo Jesús es divino. Con tantas pruebas, pocos quisieran desmentir el hecho de la vida humana y terrenal de Jesucristo. Pero, la Santa Escritura asevera aún más: nos declara que era sobrenatural, que hacia milagros. Y no sólo nos relata la vida y la muerte de este Jesús; sino también afirma que resucitó al tercer día y que después de su resur-rección lo vieron unas quinientas personas (1 Cor. 15.6). Luego nos enteramos de que ascendió al cielo, se sentó a la diestra de su Padre, y no lo volveremos a ver hasta que venga de nuevo. La iglesia apostólica., que se formó en aquel tiempo, tenía un himno acerca de Cristo a manera de síntesis del ministerio de su gran Maestro:

`Dios fue manifestado en carne, Justificado en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria.' (1 Tim. 3.16)

Jesucristo mismo declaraba que era Dios, afirma-ción que siempre enojaba a los jefes religiosos de su día:
Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿ No decimos bien nosotros, que tú eres samari-tano, y que tienes demonio? Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis. Pero yo no busco mi gloria: hay quien la busca, y juzga. De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte. Entonces los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte. ¿ Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡ Y los profetas murieron! ¿ Quién te haces a ti mismo? Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra. Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó. Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿ y has visto a Abraham? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. Tomaron entonces piedras para arrojárselas' (Juan 8.48-59)

El Padre celestial, por otra parte, siempre celoso de su Nombre y de dar a otro su gloria (Tsa. 42.8), lejos de negar tal declaración, la confirmó.

`Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como. paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia' (Mateo 3.I6, I7).

`Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan, y los llevó aparte solos a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos. Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos. Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús. Entonces Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí, y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Porque no sabía lo que hablaba, pues estaban espantados. Entonces vino una nube que les hizo sombra, y desde la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. Y luego, cuando miraron, no vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo' (Marcos 9.a-8).

Enfrentados con toda la confirmación bíblica, no nos queda más alternativa que concordar con la Palabra de Dios en que Jesús es `el único Dios engendrado' (Juan 1.18, Biblia de Las Américas), Dios hecho carne (Juan 1.1, 14).

Reconociendo, pues, que Jesucristo es más que un mero personaje histórico, afirmamos con toda la comunión de los santos que es `Dios de Dios, Luz de Luz, Verdadero Dios de Verdadero Dios'. Pero esta afirmación, aunque cierta y profunda, nos deja con una inquietud: t Para qué tenía que haberse humillado el Todopoderoso Dios y convertirse a la semejanza de la humanidad esclavizada por el pecado?

La respuesta sencilla nos la pueden dar hasta muchos niños : que lo hizo por amor al hombre, según el conocido versículo 16 de San Juan 3: `Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.'

Mas a la persona que piensa tal réplica no hace más que plantearle otra pregunta más honda: ¿Por qué el amor de Dios le reclamó tanto sacrificio por el hombre? Y ahora veremos que la solución a esta dificultad reside en las muchas necesidades del hombre, y la voluntad de Cristo de glorificar a Dios satisfaciendo dichas necesidades en sus funciones de Profeta, Sacerdote y Rey.

1. Cristo es Profeta

En primer lugar el hombre natural en su pecado carece de entendimiento espiritual. Es decir, es ignorante con respecto a las verdades espirituales, pues por razón de su caída en pecado su mente fue entenebrecida. Por consiguiente, aunque siem-pre esté aprendiendo, él solo nunca podrá llegar al conocimiento de )a verdad (2 Tim. 3.7). A pesar de toda la ciencia y la técnica contemporáneas, el hombre en su naturaleza anda sin entender el por qué ni de su propia existencia ni de la del universo. Hace siglos los indios Chibchas, los habitantes primitivos de Colombia, expresaron el enigma actual con uno de sus cantares:

`Soy gajo de árbol caído que no sé donde cayó.

Dónde estarán mis raíces? ¿ De qué árbol soy gajo yo?

Yo no sé donde nací No sé de donde he venido, Ni sé para donde voy.' (Cantares de Boyacá)

La oscuridad de los hombres de hoy es idéntica a la de aquellos: necesitan a un profeta; uno que les enseñe. Igual que sus antecesores, el hombre moderno permanece sin conocer las verdades básicas de la vida, las verdades que libran. Anda en la vanidad de su mente, teniendo el entendi-miento entenebrecido, ajeno de la vida de Dios por la ignorancia, que en él hay, por la dureza de su corazón (Ef. 4.I7, I8). Le falta un instructor competente, uno que sea divino. En efecto, Jesucristo es el Instructor que necesitamos, pues él mismo es la verdad.

En épocas anteriores Dios hablaba directamente a los profetas del Antiguo Testamento, y por medio de ellos instruía a su pueblo. Pero llegada la hora escogida, Dios envió a Jesucristo, el Supremo Profeta, quien reveló plenamente el consejo y la voluntad de Dios con relación a la liberación del hombre. Los apóstoles de Jesús tuvieron el privilegio único de presenciar toda esa instrucción mientras acompañaban a Jesús, viendo, oyendo y hasta palpando al Verbo de vida (I Juan 1:1). A ellos Cristo les encargó que registraran en forma escrita y permanente (capacitándolos para ello) no sólo los hechos y las palabras de Cristo (en los 4 evangelios) sino, además, su interpreta-ción (en el resto del Nuevo Testamento). Así es que ahora en esta última época Dios nos ha hablado también a nosotros por medio de su Hijo (Heb. 1.1, 2). Los hechos y las enseñanzas de Dios en Jesucristo los tenemos hoy en el Nuevo Testa-mento, la revelación máxima y suficiente de Dios.

Es solamente en y por medio de las Escrituras que podemos llegar a conocer a Cristo y tener contacto alguno con él. Así como en los días de su carne los discípulos no podían tener entendi-miento de Jesucristo, o tener fe en él, aparte de su palabra hablada, así nosotros dependemos enteramente del inspirado testimonio de ellos, que comprende el Nuevo Testamento. Todos los que después hemos creído en Jesucristo a través de los siglos somos aquellos por los cuales Cristo oró en Juan 17.20: `Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos' (es decir, por la palabra de los apóstoles, los autores del Nuevo Testamento). Es solamente por medio del testimonio de ellos que nosotros podemos tener comunión con Dios (Véase 1 Juan 1.1-4). Esta atestación completa de los apóstoles a la salvación de Jesús, la selló él mismo con su propia sangre, y por consiguiente, ya no se le puede añadir o quitar ni una sola palabra (Apoc. 22.18, 1g). El Nuevo Testamento, con el Antiguo, componen la Sagrada Escritura, que es la Palabra definitiva y única del Dios libertador al hombre oprimido. Debemos aceptarla tal como es y obedecerla. Como escribió Moisés acerca de Cristo: `Dios el Señor les va a enviar un profeta de entre los propios hermanos de ustedes,... Háganle caso en todo lo que él les diga, porque todos los que no hagan caso a ese profeta serán destruidos' (Hechos 3.22, Versión Popular, Deut. 18.18, 19 R.V. 1960). En efecto, la ira de Dios está sobre el que no recibe las palabras de Jesucristo (Juan 3.36). Cristo nos revela la verdad de Dios que nos libera por medio de su Palabra. El es el maestro indispensable para que conozcamos a Dios, y para que andemos en la plena libertad de su verdad.

2. Cristo es Sacerdote

En el Antiguo Testamento los profetas representa-ban a Dios delante del pueblo; eran la voz de Dios para el pueblo. En contraste, los sacerdotes representaban al pueblo delante de Dios. Vimos ya que en Cristo tenemos al Profeta Supremo que nos instruye hoy acerca de Dios. Ahora descubri-mos que desde el Antiguo Testamento se predijo el ministerio sacerdotal de Jesucristo (Salmo 110,4, Zacarías 6.13, Isaías 53, etc.). En su capacidad de profeta él nos libra de la ignorancia que nos condena, representando a Dios ante nosotros. Luego ¿ de qué manera nos libra como sacerdote, representándonos delante de Dios?

La obra sacerdotal es terrenal. Hay dos aspectos de la obra sacerdotal de Cristo: el terrenal y el celestial. En cuanto al terrenal, San Pablo nos convence de nuestra impotencia para llegar a Dios cuando habla, en los primeros capítulos de su carta a los Romanos, de la culpabilidad de todo hombre. Declara que todo el mundo está bajo el juicio de Dios (Rom. 3.19), y cita la misma Escritura, diciendo que: `No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno' (Rom. 3: 10-12). No es solamente que pecamos, sino que somos pecadores por naturaleza.

En la actualidad hay mucha gente que pregunta: `¿Por qué no resuelve Dios las injusticias de este mundo? ¿ Por qué no contesta nuestras angustiadas peticiones?' Tenemos la respuesta clara de Dios mismo en el libro de Isaías: `He aquí que no se ha acortado la mano de Yavé para salvar, ni se ha hecho duro su oído para oír, sino que vuestras iniquidades (maldades) han hecho una separación entre vosotros y vuestro Dios; vuestros pecados hacen que él oculte su rostro para no oíros' (59.1, 2) véase la versión, Nácar-Colunga. Así, encontramos que el pecado, además de esclavizar-nos, nos perjudica, haciendo separación entre nosotros y el Justo Dios de todo bien. Jesucristo bajó a la tierra para acercarnos de nuevo a Dios, derribando la pared intermedia de separación entre Dios y el hombre. Como nuestro represen-tante Cristo ofreció el sacrificio para satisfacer las demandas de la justicia divina. Más que esto: Cristo fue también el Sacrificio mismo. El es `el cordero de Dios que quita el pecado del mundo' (Juan 1.29).

Necesitamos a este Sacerdote. ].,os sacerdotes católicos no son capaces de derribar esa pared que nos separa de Dios. Ni lo son los pastores evan-gélicos, ni ninguna otra persona. Ninguna acción nuestra, tal como levantar la mano, pasar adelante en un templo o repetir una oración, resulta eficaz para borrar nuestros pecados.

Necesitamos a Cristo Jesús, `porque tal sumo sacerdote nos conviene: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes (huma-nos), de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo' (Heb. 7.26, 27). Sí, el Nuevo Testamento insiste en que el aspecto terrenal de la obra sacerdotal de Jesucristo terminó en la cruz del Calvario (véase Heb. 9.12, 25-26). El sacrificio máximo ya se ofreció y no se puede repetir.

La obra sacerdotal es también celestial. Por supuesto, la obra sacerdotal de Cristo continúa aún hoy en su aspecto celestial, a la diestra del Padre. Allí está siempre ocupado en interceder por sus hijos en relación con la obra cumplida ya en la tierra. Desde el cielo ahora Jesucristo nos consuela, aliviando nuestras aflicciones, aflicciones que él entiende porque participó de la misma carne y sangre. Fue semejante a nosotros y tentado en todo según nuestra semejanza, para librarnos de la servidumbre. Por esto se compadece dé nuestras debilidades y nos socorre. `Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenia el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre. Porque cier-tamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacer-dote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.' (Heb. 2.I4-I8; 4.I5). En el cielo está constante-mente intercediendo ante el Padre a favor de sus hijos. `Mas éste (Cristo), por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos' (Heb. 7.24, 25).
Cristo el sacerdote es representante único y mediador único. Muchos manifiestamente niegan esta verdad bíblica. Algunos papas y teólogos dicen que María `es la principal mediadora en la distribución de las gracias' (Pío X en su encíclica. Denzinger, 3370). Afirman que `hay cosas que se piden a Cristo y no se reciben, pero si se piden a María son otorgadas'. Y oran a María: `Señora nuestra, en el cielo no tenemos otro abogado que tú'. (Citas del teólogo Alfonso de Ligorio Las Glorias de María). Las Sagradas Escrituras pro-claman lo contrario: `Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo' (I Juan 2.1). El Papa León' XIII en su encíclica Octobri Mense (V. Denzinger, 3274) enseña, sin apoyo bíblico alguno: `Así como nadie puede acercarse al Padre sino por el Hijo, así de modo semejante, nadie puede acercarse a Cristo sino por su madre'. Y el Papa Benedicto XV proclama abiertamente que `María . . . es la mediadora con Dios de todas las gracias'. Rompamos con estas cadenas de tradiciones y fábulas humanas y sigamos la verdad de Dios, que afirma que `hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo' (I Tim. 2.5). Establecer entre Dios y los hombres otros mediadores es dar un mentís a las palabras de Dios, y negar a Jesucristo y su obra de inter-cesión. En cambio de hacer tal cosa, confiemos en Cristo como sacerdote nuestro, tanto en su obra terrenal cumplida en la cruz, como en su obra celestial que hace ahora a la diestra de Dios. `Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros' (Rom. 8.34). Jesús testificó claramente: `Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre, sino por mí' (Juan 14.6, Nácar-Colunga). `Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro' (Heb. 4.16). Tenemos la decla-ración de Cristo mismo: `al que a mí viene no le echo fuera' (Juan 6.37). Fuera de Cristo no hay liberación. `En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos' (Hechos 4.12). Acudamos a este Sacerdote hoy para que nos libre de nuestros pecados y nos sea Dios y Salvador.

3. Cristo es Rey

Según la Escritura misma, Jesucristo es `el Sober-ano, Rey de reyes y Señor de señores (1 Tim. 6.15). Pero el hombre de hoy no quiere tener a nadie por encima, dominándolo. ¿ No es ésa, en todo caso, la libertad que buscamos... la de ser libres de todo dominio, la de ser propios y únicos dueños de nosotros mismos? Los mismos que piensan así son cautivos de un error muy común pero fatal. Aun el que no reconoce otro señor es, como todo hombre no regenerado por Dios; esclavo de si mismo, esclavo de su propia naturaleza y su propio pecado. Hemos visto que todos somos pecadores y hemos leído las palabras de Jesu-cristo: `todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado'. San Agustín bien muestra que la esclavi-tud del pecado es peor que otras clases de escla-vitud: `A veces el esclavo, que se cansa de los mandatos del amo insensible, encuentra alivio en la fuga. Pero, ¿ a dónde puede huir el esclavo del pecado? No importa a dónde huya, no puede escapar de sí mismo. La conciencia perversa no se puede fugar de sí; no tiene a dónde ir; antes se sigue a sí misma. Por cierto que el esclavo del pecado no puede separarse de sí mismo, porque el pecado que comete es de dentro. Ha perpetrado el pecado con el fin de obtener algún placer corporal. El placer se desvanece; el pecado per-manece. Lo que le encantaba se ha ido; el aguijón ha quedado. ¡ Maldito cautiverio! (trad. del autor). El hombre sí necesita un poderoso Rey que lo libere. Los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida dominan al hombre, y éste debe ser dominado por un rey justo.
¿ Cuál es la naturaleza del reino de Cristo? Viviendo en este mundo de hambre, pobreza, guerra y explotación, a veces se busca un escape por medio de la religión, una salida de la miserable realidad. ¿Es esto lo que ofrece el Rey Cristo para sus fieles seguidores? Algunos teólogos enseñan que el reino de Cristo es de este mundo. Pero Cristo dijo: `Mi reino no es de este mundo.' Y lo proclamó con claridad; de ninguna manera quería que entendiésemos que su reino sí es de este mundo. El reino de Cristo no promete más pan, ni cambios políticos y comodidades para todos, pero sí tiene relación directa con este mundo. La alegría del reino de Cristo no depende del estado físico o material, o el alivio de todo sufrimiento. Al contrario, consiste en la recepción de todo lo necesario para que con paciencia pasemos las desigualdades de esta vida contentos en Cristo. (No contentos con las injusticias sino contentos en Cristo a pesar de ellas). Los que pertenecen a dicho reino pueden confiar en las promesas de su Soberano: en que él nos acompañe (Mateo 28.20), que su gracia nos apoye (2 Cor. 12.9), y que todas las cosas nos ayuden a bien (Rom. 8.28). Por eso, en toda circunstancia (sea dificultad, peligro o muerte), somos más que vencedores (Rom. 8.37). Esa confianza en cuanto al resultado final obliga al hombre que tiene el reino de Dios en su corazón a que luche contra las injusticias a su alrededor. No somos de este mundo, pero estamos en el mundo con la gran misión de extender el reino de Dios hasta que la sociedad sea librada de la culpa v el poder del pecado por Jesucristo, el Rey que ha reinado, que reina y que reinará hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (1 Cor. 15.25). Porque sólo en Cristo, el Rey de reyes, hay paz, protección y verdadera libertad.

El evangelio dice: `Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y tu casa' (Hechos 16.31). Pon tus ojos en Cristo como maestro tuyo, sacerdote tuyo y rey tuyo. Si fijamos los ojos en cualquier otro Cristo, los fijamos en un Cristo falso y no en el Cristo de la Biblia. Un español contemporáneo dice justamente que `a la gente le gusta oír hablar de Cristo como el dulce Jesús, el Salvador, pero detesta escuchar los mandamientos de Jesús el Señor, el Dueño y Soberano de todo y de todos. Dios ofrece un Cristo que es Salvador y Señor; pero muchos sólo quieren al Salvador y tratan de desentenderse del Señor. También aquí dividen lo que Dios ha unido: al Redentor compasivo y al Rey justo. Son muchas las almas que no están dispuestas a aceptar la salvación en los términos en que Dios la ofrece. Dan su conformidad a ser salvadas de la condenación, pero no del pecado. Quieren salvarse en sus pecados, no de sus pecados. 1 Nefasta locura! Les gustaría poder salvar el alma, pero al mismo tiempo sus concupis-cencias. De nuevo dividen al hombre: dispuesto a que Cristo borre y destruya. ciertos pecados que le privan de ser salvo, pero a condición de que no toque ciertas otras concupiscencias. i Por amor de tu alma, examina bien si tú también obras así! Tu conversión depende de que entiendas bien esto.

Con cariño comenta también el cubano Dr. Moisés Silva en su valioso libro ¿Conoces? acerca de los muchos que `piensan que es posible ser cristiano, aun por mucho tiempo, sin que uno tenga que rendirse a Jesucristo; que es posible aceptarlo como Salvador sin reconocerlo como Señor y Rey; que es posible creer en él sin obedecer sus mandamientos. Amigo mío, ¿es posible que estos sean tus sentimientos? La Biblia no conoce un cristianismo con fe y sin obras. ¿Piensas de veras que si le dices a Jesucristo: "Muy bien, estoy dispuesto a aceptarte como Salvador, pero si quieres ser parte de mi vida tienes que dejar tu corona afuera, pues yo no quiero obedecerte como Rey"; piensas que si dices eso, tú eres salvo? Yo no lo puedo creer.' Es verdad lo que ha dicho el doctor Silva. Debes recibir al Cristo completo, sin limitaciones, sin excepciones, y sin reservas. La verdadera fe incluye el reconocimiento de la realeza de Cristo, lo recibe y se da a él incondicionalmente; anhela no sólo la liberación del pecado sino el dominio del Rey de toda justicia.

Es pura fábula y gran equivocación, pues, la idea de que ser libre quiere decir eliminar todo dominio. Todo ser humano, tenga dueño mortal o no, sirve al pecado si no lo ha cambiado por el único dueño que lo puede reemplazar, uno infinitamente preferible: Dios mismo. La libertad verdadera es la condición de aquellos que son propiedad directa de Dios. La obra liberadora de Dios en todo el Antiguo Testamento nos señala que aunque Israel encuentra en Dios su indepen-dencia nacional, esa independencia no implicaba librarse de toda sujeción, ni resultaba en la anarquía social. Implicaba, más bien, obediencia a la ley de Dios, viendo lo cual, el hombre en su orgullo resiste a su propia liberación. Por eso Cristo vino a revelarle que su pretendida libertad (sin ley, sin dueño) es esclavitud. Además, Cristo por sus palabras y por su vida nos demuestra que no es rebajarse obedecer a Dios. Jesucristo el Rey manifestó su sumisión total al Padre y nos enseñó por medio del Padre Nuestro a pedir que Dios nos libre no de `todo' sino `del mal' (Mat. 6.13). De hecho, somos verdaderamente libres cuando el pecado ya no nos domina y cuando la Palabra de Cristo domina el corazón y la vida; no cuando podemos hacer lo que queremos, sino cuando queremos hacer lo que debemos. Pedro nos exhorta a vivir `como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios'. (1 Ped. 2.16, 17).

La verdadera libertad consiste precisamente en ser siervo del único y buen Dios de las Escrituras. Vivir libre es, efectivamente, someterse a la soberanía total de él y seguir su ley con fe y en obediencia de corazón. Jesucristo vino a revelarle al hombre que su pretendida libertad (sin ley, sin dueño) es esclavitud, y que como Rey nos da libertad y felicidad efectivas. Es imposible quedarse con una sola parte de Cristo y tener al Cristo que salva. Un Cristo dividido no salva. Es el Cristo total - Profeta, Sacerdote, Rey - quien salva.

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EL INTERPRETE DEL EVANGELIO

¿Puede algo inferior al divino poder Subyugar la obstinada voluntad? Tuyo es, Eterno Espíritu, tuyo es Formar de nuevo el corazón.

Tuyo es someter las pasiones Y mandarlas al cielo levantarse; Y desprender, de los ojos ciegos de la razón, Las duras escamas del error.

Alejar las sombras de la muerte, Y hacer que viva el pecador; Que brille un rayo de vida del cielo, Es tuyo darlo, sólo tuyo, Señor.

`Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte.' Romanos 8:2

`Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espirito del Señor, allí hay libertad.' 2 Corintios 3:17

4: El Intérprete del Evangelio: Dios el Espirito Santo

Dios es trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, pero es un solo Dios, y como tal, salva y libra al hombre esclavizado por el pecado. ¿ De qué manera lo hace? Las tres personas de la santa trinidad obran juntas en sabiduría, soberanía, poder y amor para llevar a cabo la salvación. El Padre es quien planea la liberación de su pueblo, el Hijo es quien redime a ese pueblo en cumplimiento de dicho plan, y el Espíritu Santo, tercera persona de la trinidad, es quien obra para renovar la mente, vivificar y capacitar al hombre.

1. El Intérprete da entendimiento

La ignorancia es madre de errores, idolatrías, supersticiones y engaños, y los que viven en ignorancia quedan bajo el yugo de la servidumbre. En toda la historia de la civilización se ve que el pueblo ignorante es el pueblo oprimido. Para los que desean libertad, entonces, la búsqueda del conocimiento debe ocupar el primer lugar, y sobre todo el conocimiento de lo que se puede saber con seguridad. Escribiendo hace más de cuatro siglos, uno de los grandes cristianos de todos los tiempos dijo: `Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y sólida sabiduría consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo.'

Respecto al conocimiento del verdadero Dios, los hombres más inteligentes son tan ciegos como los topos. Ya caímos en cuenta de que a Dios nadie lo puede conocer a fondo, es decir, por completo. Pero r por qué es que tantas personas quedan ignorantes de lo que sí se puede conocer del Santísimo? No negamos que muchas veces se encuentran en los libros de los filósofos máximas admirables y muy perceptivas respecto a Dios. Pero esas gotitas de veracidad que vierten los filósofos en sus libros, ! con cuántas mentiras horribles están mezcladas! Y esa falta de entendi-miento no se limita al conocimiento de Dios sino que incluye a toda la ciencia, porque les falta la clave para entender cualquier parte de la creación. Esa clave definitiva al verdadero significado de cualquier hecho del universo está en comprender su relación al plan del Creador. Como reconoció el sabio Salomón : `el temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia' (Prov. 9.10). O sea, que aunque podamos hacer muchas observaciones sobre la creación y, siguiendo las leyes de la naturaleza, llegar a ciertas conclusiones acertadas, no podemos entender el significado verdadero de ninguna de ellas si rechazamos la luz que nos proporciona su Creador. Muchos hombres y mujeres `inteligentes', aunque buscan libertad personal, no aceptan al gran Libertador, Jesucristo. Y no lo quieren sencillamente porque son ciegos, no en el sentido físico, sino espiritualmente.

Se da por sentado que el sol da suficiente luz para que todos puedan ver con claridad; sin embargo, hay personas que no pueden ver, pues son ciegos. El hombre natural es ciego espiritual-mente y necesita de alguien que le abra los ojos. Necesita la obra divina para ver a Cristo. No culpamos al sol porque algunos no puedan ver. La culpa está en su propia ceguera. Espiritual-mente el hombre es ciego, y es menester que sean alumbrados los ojos de su entendimiento. Dios tiene que resplandecer en el corazón. `Porque el mismo Dios que mandó que la luz brillara en la oscuridad, es el que ha hecho brillar su luz en nuestro corazón, para que con esa luz podamos conocer la gloria de Dios que brilla en la cara de Jesucristo.' (2 Cor. 4.6, Versión Popular). Este conocimiento de Jesús trae consigo la libertad.

El hombre moderno no entiende el evangelio porque el pecado oscurece su entendimiento y ejerce influencia perniciosa en su vida mental, según se dice en la Escritura: `Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritual-mente' (1 Cor. 2.14). El hombre natural ni siquiera reconoce el pecado que le enceguece y le esclaviza. Es el mismo Espíritu Santo quien convence del pecado y de la verdad (Juan 16.8). El Espíritu Santo ha venido al mundo primero a mostrarnos lo ignorantes que somos, después a concedernos luz para la oscuridad de nuestras mentes, y finalmente a libertarnos de la ignorancia y darnos libertad de entendimiento.

2. El Intérprete da vida

El mismo nombre del Espíritu Santo nos enseña otro oficio que esta tercera Persona de la Santa Trinidad desarrolla en la liberación del hombre. La palabra `espíritu', igual que sus equivalentes en hebreo y griego, está relacionada con el hálito que indica la presencia de vida. El Espíritu Santo es la fuente de toda vida, y en particular, de la vida espiritual. ! He aquí la grandeza de la obra del Espíritu: Que da vida a los muertos! `Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados' (Ef. 2.1). `Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados' (Col. 2.13).

Carlos Spurgeon, sostenedor de la necesidad de la obra del Espíritu Santo, predicaba de esta manera: `Pecador, pecador inconverso, te advierto solemnemente que jamás puedes por ti mismo nacer de nuevo, y aunque el nuevo nacimiento es absolutamente necesario, te es completamente imposible, a menos que Dios el Espíritu Santo lo haga. Haz lo que sea, y aun en el mejor de los casos habrá una división tan ancha como la eternidad entre ti y el hombre regenerado. Es preciso que el Espíritu de Dios te cree de nuevo, tienes que nacer de nuevo. No olvidemos jamás que la salvación de un alma es una creación. Ahora bien, nadie ha podido jamás crear ni una mosca. Sólo Jehová crea. Ningún poder, humano o angélico, puede inmiscuirse en este glorioso terreno del poder divino. La creación es campo de actividad de Dios. Ahora bien, en todo cristiano hay una verdadera creación: `Creados de nuevo en Cristo Jesús'. El mismo poder que levantó a Jesús de los muertos; la mismísima omnipotencia, sin la cual no podrían haber existido ni los ángeles ni los gusanos, ha de salir nuevamente de sus cámaras y efectuar una obra tan grande como en la primera creación, para hacernos de nuevo en Cristo Jesús nuestro Señor. La misma iglesia cristiana trata de olvidarlo constantemente, pero toda vez que esta antigua doctrina de la regenera-ción es presentada de modo categórico, Dios se complace en favorecer a su iglesia con un aviva-miento.'
La vida espiritual es un cambio radical en el corazón y en la naturaleza del hombre. Es un nuevo nacimiento. ¡Es libertad! Los hijos de Dios no son `engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios' (Juan I.I3). La nueva vida se efectúa por obra y gracia del Espíritu Santo.

3. El Intérprete da poder

El hecho de que es el Espíritu de Dios quien da el poder para la salvación es algo que se ha olvidado en gran parte, incluso en muchas iglesias. Un ejemplo clásico en la historia de América Latina es el de los conquistadores, quienes practicaron un `evangelismo' belicoso. La forma usada por ellos casi universalmente era primero anunciarle al monarca de los indios a los cuales iban a atacar, un sumario de la fe cristiana, exigiéndole sumisión al emperador y a la `fe cristiana'. Si el monarca rehusaba, como por anticipado se tenía la seguridad de que lo haría, entonces los conquistadores con-sideraban justificado usar la fuerza. Siguiendo este criterio, en el Perú, en la mañana del traicionero ataque contra Cajamarca, y de la captura del Inca, el fraile dominico Valverde se presentó ante el monarca Atahualpa, llevando la cruz en la mano derecha y la Biblia en la izquierda, y pronunció una homilía adaptada de un modelo compuesto por los teólogos y jurisconsultos de la época. Para terminar le dijo: `. . . Los papas, que son los sucesores de San Pedro, gobiernan al género humano; y todas las naciones, en cualquiera parte que vivan, y sea la que quiera su religión, deben obedecerles. Un papa ha dado a los reyes de España todos estos países para pacificar a los infieles y traerlos al dominio de la Iglesia Católica fuera de la cual nadie puede salvarse. El gober-nador Pizarro ha venido con esta comisión. Debéis pues, Señor, reconoceros tributario del Emperador, abandonar el culto del sol y todas las idolatrías que os llevarían al infierno, y recibir la religión verdadera. Si así lo hacéis, Dios os dará el premio y los españoles os protegerán contra vuestros enemigos.' El Inca replicó altivamente que él no sería vasallo de ningún rey. Negó además el derecho del Papa a distribuir tierras que no le pertenecían y rehusó cambiar su `dios-sol' por otro dios. Por eso los conquistadores le tomaron cautivo, y `después de haber estado Atahaulpa cautivo nueve meses y medio, los españoles faltaron a la palabra que con él habían empeñado respecto a su libertad, y tras un juicio que fue una farsa, lo condenaron a ser quemado. Valverde, a quien correspondía la responsabilidad principal de la sentencia, se aproximó entonces al condenado prometiéndole que si se hacía cristiano, la muerte por el fuego le sería conmutada por la más rápida del garrote. El Inca consintió y se bautizó . . . Tras el bautismo, Atahualpa fue estrangulado por medio del terrible garrote, mientras los españoles lo rodeaban cantando el credo.'$ Aunque los métodos usados por Pizarro (ca. I47i-I54I) eran los comunes de la época, a nadie se le ocurriría sugerir que eran los únicos. Como ejemplo admirable de los pocos que se oponían a tales métodos encontramos al Fray Bartolomé de las Casas, contemporáneo de Pizarro, también perte-neciente a la noble raza española, quien escribió en 1537 unos consejos muy bíblicos sobre el evan-gelismo. (Dichos consejos se pueden leer en la nota al pie de esta pagina.)

NOTA: `Para predicar el Evangelio conforme a la intención de Cristo y su mandato se han de observar... condiciones:

? '" En primer lugar los oyentes, sobre todo si son infieles, comprendan que los predicadores de la fe no tienen la intención de ejercer sobre ellos ningún dominio.

? "' Segunda condición es que los oyentes no puedan sospechar que los que predican tienen ambición de riquezas...

? " Tercera condición es que los predicadores se muestren tan humildes, afables, pacíficos y acogedores al hablar con sus oyentes que hagan nacer en ellos el deseo de escuchar con placer y reverencia...'

? Fray Bartolomé de la Casas, De la única manera de conducir los pueblos infieles a la verdadera religión (véase la valiosa revista Pensamiento Cristiano núm. 89.).

En el presente siglo todo el mundo rechazaría el uso de la fuerza física en el evangelismo, pero hoy se practica otra desfiguración igualmente lamentable del maravilloso evangelio de Jesucristo: la de manipular a las masas con el poder psicológico. Como escribe un gran cristiano argentino: `Usted ha visto quizá esas reuniones donde se predica sí un segmento de la Palabra de Dios, pero lo importante no resulta ser la predicación sino lo que viene después. Una vez terminado el sermón parece como que el oficiante se ve librado de restricciones y empieza a ofrecer salvación a los oyentes como si fuese alguna mercancía de enorme valor. Jesucristo es el don más precioso de Dios a los hombres, pero no es mercancía que se ofrece al público como se hace en una pública subasta. No hay un solo ejemplo de tales prácticas en toda la Escritura y uno se pregunta asombrado de dónde ha surgido semejante costumbre. Se ha hecho parte tan importante de mucha religión moderna que la gente ya ni piensa siquiera si es correcto o no. ¿ Sabía usted que ese esfuerzo casi sobre-humano de obligar a la gente a aceptar a Jesucristo es algo netamente norteamericano? Tal cosa se inventó en los Estados Unidos durante un período de la historia en que un predicador muy inspirado pero que no le daba mucha importancia a las verdades de la Biblia creyó que era necesario hacer con el evangelio lo que se hace en el arte de vender: hay que hacer que el cliente firme y que firme enseguida, antes de que tenga tiempo de recapacitar y `enfriarse' nuevamente. ¿ Cómo puede un hombre que ha nacido en pecado y que ha vivido su vida entera en pecado, tener la capacidad suficiente como para aceptar a Jesu-cristo así no más? ¿No es acaso la obra del Espíritu Santo la que lleva a un hombre a entre-garse a Jesucristo? Cierto es que no puede ser jamás la influencia de un hombre elocuente o estrategias influyentes. Esto abarata la religión estupenda que costó a Jesucristo su misma sangre. Religión ciertamente, pero con frecuencia des-ciende a los niveles de la religión barata."

A estos llamados evangelistas y predicadores que emplean trampas tan viles como la que usó Valverde y engaños psicológicos para persuadir a sus oyentes respecto a un cambio de religión, quizá se les ha olvidado que el poder humano no sirve para librar al hombre de la esclavitud de sus pecados. Dios en la Biblia nos dice claramente que la recepción del Cristo libertador no viene `con ejército ni con fuerza, sino con mi espíritu' (Zac. 4.6), y que los cristianos `no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios' (San Juan i.I3). Sólo por medio del Espíritu Santo da Dios el poder de salvación. Pídele a él entendimiento, vida nueva y liberación del pecado. `Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad' (2 Cor. 3.17).

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LA DEMANDA

`Pero nadie puede salvarse a sí mismo ni pagarle a Dios porque le salve la vida.
¡No hay dinero que pueda comprar la vida de un hombre, para que viva siempre y se libre de la muerte. Pues se ve que todos mueren por igual, lo mismo los sabios que los tontos, y se quedan para otros sus riquezas.' Salmo 49.7-10 Versión Popular

'La muerte es la institución más democrática del mundo. Llega a todo hombre, sin hacer caso a raza, educación, posición económica o social. No permite parcialidad, ni tolera excepción alguna. La proporción de la muerte a la humanidad es igual en todo el mundo: una muerte por persona.' Dr. F. C. Kuehner

`Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.' San Agustín

5: La Demanda

Hemos descubierto algo acerca del evangelio verdadero, que es `el evangelio de Dios'. Hemos visto a Dios el Padre, el Autor del evangelio; a Dios el Hijo, su Tema; y a Dios el Espíritu Santo, su Intérprete.

El Evangelio demanda reflexión

Este estudio del evangelio no es abstracto sino personal. Es una realidad que exige tu considera-ción. Exige tu consideración seria y detenida, porque tu vida se va acabando. Aunque con enorme afán muchos han buscado la `fuente de la eterna juventud', no la han hallado. No existe manera de evitar la hora de morir. Es una realidad que debemos enfrentar. Como lo expresaba Sancho Panza en palabras muy descriptivas a don Quijote de la Mancha: `No hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual también come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Tiene esta señora más de poder que de melindre; no es nada asquerosa: de todo come y a todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hinche sus alforjas. No es segador que duerme las siestas; que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde hierba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.' La muerte es una realidad inevitable para todos. El salmista hace muchos siglos declaró esta verdad de la siguiente manera: `Nadie puede salvarse a sí mismo ni pagarle a Dios porque le salve la vida. No hay dinero que pueda comprar la vida de un hombre, para que viva siempre y se libre de la muerte. Pues se ve que todos mueren por igual, lo mismo los sabios que los tontos, y se quedan para otros sus riquezas' (49.7-IO, Versión Popular). No cabe duda de que `la muerte es la institución más democrática del mundo. Llega a todo hombre, sin hacer caso a raza, educación, posición económica o social. No permite parcialidad, ni tolera excepción alguna. La proporción de la muerte a la humanidad es igual en todo el mundo: una muerte por persona' (palabras del fallecido Dr. F. C. Kuehner, ex profesor de hebreo y griego del Seminario Epis-copal Reformado de Filadelfia, E E U U).

Sí, reconocemos que a todos nos espera el día de la muerte. De hecho, según observó un escritor, `El hombre es, entre todas las criaturas, el único que sabe que va a morir'. Frente a esta triste realidad, sentimos que podríamos hacer nuestra la voz de San Pablo cuando clamó: `Infeliz de mí . . ¿ Quién me va a librar de este cuerpo que me lleva a la muerte ?' (Rom. 7.2¢, Versión Popular). Pero no nos deja San Pablo con la simple pregunta, porque él tenía también la respuesta, y se adelantó, a dárnosla: `Solamente Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo' (v. 25). Como nos dice en otra parte el mismo apóstol: Dios `nos libró y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte' (2 Cor. 1:10). La muerte física para los que confiamos plenamente en la vida y muerte de Cristo no es más que el instante de pasar de este mundo de aflicciones a la gloriosa presencia de Dios. Pero para los que no lo han recibido, no se trata solamente de la muerte física. Porque hay algo más que la mera comprensión de no poder escapar de la muerte. Tenemos además la advertencia de que `después de esto, el juicio' (Hebreos 9.27). En cuanto a este juicio, Dios nos asegura que solamente `seremos librados del castigo final por medio de él', es decir de Cristo (Romanos 5.9, Versión Popular). Es lo que viene después de la muerte, como consecuencia de este juicio final, y por ello debemos asegurarnos del resultado sin sombra de duda ahora en esta vida. Aprovechando la inteligencia que tenemos y el tiempo de que disponemos ahora, podemos llegar a gozar de una certeza igual a la de San Pablo. El, estando todavía en este mundo, describió su liberación de la muerte como algo ya ocurrido. Dijo que el Padre `nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados' (Col. I .I3, I4).

Sabemos que sí vamos a morir, pero no sabemos cuándo, y es insensatez total postergar para un futuro dudoso el definir nuestro destino final. Las Escrituras nos advierten: `No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de sí el día' (Prov. 27.1). Esta es la hora de responder al evangelio de Dios. ¿ De qué manera podemos responder?

El Evangelio demanda arrepentimiento

Dios insta al `arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo' (Hechos 20.21). En muchas presentaciones del evangelio hoy en día se prefiere olvidar el tema del arrepentimiento. No es ni popular ni agradable al hombre en su naturaleza carnal reconocerse pecador vil ante un Dios santo y justo. A pesar de esto, el arrepenti-miento es una parte indispensable de la liberación.

Esto lo mostró nuestro Señor Jesucristo, quien comenzó su ministerio con el mensaje de arrepen-timiento (Mateo 4.17), y luego esto mismo cons-tituyó uno de sus últimos mandatos (Lucas 24.47). De igual manera, los apóstoles lo predicaban en obediencia a su Maestro. Pedro, en el día de Pentecostés, lo exigió (Hechos 2.38), y Pablo siempre insistía en la necesidad del arrepenti-miento. En su famoso sermón a los atenienses en el antiguo Areópago de Grecia Pablo les declaró que Dios `ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan' (Hechos 17.30). Y al recapitular todo su ministerio Pablo reafirmó que siempre había testificado a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios (Hechos 20.21).

En nuestra época tiene mucha acogida la práctica de anunciar el evangelio sin mencionar el arrepentimiento, y se justifica dicha omisión si se adopta el punto de vista pragmático de que en vista que no tiene buena recepción dicho punto, es mejor darle a la gente algo que reciba, aunque sólo sea parte del total. Pero el evangelio es del Dios eterno, y es tremendamente peligroso cam-biarlo según nuestra conveniencia. Ni con el fin de procurar que más personas lo reciban debemos atrevernos a decirles sólo la parte que les guste. El mensaje de liberación no cambia con las épocas como las ideas de los hombres, y aunque parezca pasado de moda no tenemos ningún derecho de callarnos en cuanto a un paso tan esen-cial como el del arrepentimiento.

Siendo absolutamente necesario arrepentirse para conocer la libertad de Dios, entonces, ¿ qué es ese arrepentimiento de que hablaban Jesús y sus discípulos? La verdad es que Jesucristo no fue el primero en predicarlo. Al contrario, por todo el Antiguo Testamento vemos que a todos Dios demandaba que se arrepintieran para que él pudiese perdonarlos. Y precisamente en esas Escrituras tan antiguas encontramos muchos ejem-plos y explicaciones que nos ayudarán a entender lo que Dios nos quiere decir con esta palabra `arrepentimiento'. Entre ellos podemos considerar:

Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos. (Salmo 51:.4)

Consideré mis caminos, y volví mis pies a tus testimonios. (Salmo 119:59)

Y os acordaréis de vuestros malos caminos, y de vuestras obras que no fueron buenas, y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades y por vuestras abominaciones. (Ezequiel 36.31)

Estos versículos nos indican que el verdadero arrepentimiento incluye el reconocimiento de haber desobedecido la ley de Dios (Rom. 3:20), y así nuestros pecados constituyen rebelión contra Dios. Cuando uno se arrepiente después de considerar sus `caminos' a la luz de la Palabra de Dios, lamenta sus pecados personales: el adulterio, las mentiras, los robos y asesinatos, sean actos concretos o sólo pensados. Se arrepiente también de los pecados sociales. Llora por las injusticias atroces y la explotación que ha perpetrado contra sus semejantes. Los políticos antes deshonestos deploran su anterior torpeza; los capitalistas materialistas que han abusado de sus bienes, lo sienten. A los gobernantes que se han aprovechado de la confianza del pueblo en beneficio propio, les duele haberlo hecho. Los que han traficado con drogas para mal de tantos seres humanos, se apesadumbran. De igual manera, y no importa la clase o la gravedad de sus maldades a los ojos de los hombres, todos los que se arrepienten se dan cuenta que, sobre todo, sus pecados han sido cometidos contra Dios.

Además de admitir sus acciones malas, el que se arrepiente para vida confiesa con tristeza y humildad que todo su ser es corrompido y que no hay nada bueno en él: Por eso, se avergüenza de sí mismo, de su propia naturaleza, delante de Dios. El arrepentimiento involucra toda la per-sona: su intelecto, sus emociones y su voluntad. Es un cambio de actitud (2 Cor. 7.10, Versión Popular), un cambio de sentimientos (Salmo 51.2, 10, 14), y un cambio de propósito. Es un íntimo volverse del pecado, y una disposición a buscar el perdón y la pureza (Salmo 51:10). Es una transformación completa del hombre, el abandono de su propio reinado y de su justicia personal.

Como se puede apreciar, tal reconocimiento no sale naturalmente del corazón de la persona, y por lo tanto no puede ser obra del hombre mismo, porque va en contra de toda su naturaleza y su orgullo. Por eso, es buena noticia el saber que no es algo que tiene que producir el hombre por su propia cuenta. Es don de Dios. Su benignidad nos guía al arrepentimiento verdadero (Rom. 2:4) y nos saca de la hiel de amargura y de la prisión de maldad en que vivimos sin él (Hechos 8.21-23).
La liberación ha llegado con Jesucristo. No es una simple promesa, mera proclamación o anuncio del acontecimiento. Es también, y a la vez, un llamado al arrepentimiento y a la fe: `Se ha cumpli-do el tiempo, el reino de los cielos está cerca. Arrepentios y creed en el evangelio' (Marcos 1:15).

El Evangelio demanda fe

La fe es otra dádiva de Dios, que existe como gemelo del arrepentimiento y siempre lo acompaña. Vimos antes que Dios insta `al arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo'. No existe el verdadero arrepentimiento sin fe en Cristo. Cuando Dios nos da ese don de arrepen-tirnos, abandonamos toda confianza en nosotros mismos y nos arrojamos totalmente sobre él en busca de perdón y paz. Conscientes de nuestra propia impotencia para librarnos, vemos entonces la necesidad de buscar fuera de nosotros mismos para obtener la liberación. Esto se hace por medio de la fe. Con el ojo de la fe que Dios nos da, percibimos que Cristo lo hizo todo por nosotros. El es el autor y consumador de la fe. El sufrió la cruz en nuestro lugar (Heb. I2.2).

Esta fe no nace de nosotros mismos. Igual que el arrepentimiento, la capacidad misma para encontrar en Cristo toda la obra de salvación es don de Dios (Efesios 2.4-8). Cristo nos atrae hacia el Padre, quien produce en nosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad (Filipenses 2.13). Es, precisamente, al reconocer que no tenemos la capacidad natural para cumplir las obras que Dios en el evangelio nos demanda, que desesperamos de nuestros inútiles esfuerzos y preguntamos con ansiedad: `¿ Qué debo hacer para ser salvo?' El evangelio responde sencilla-mente: `Cree en el Señor Jesucristo' (Hechos 16.30, 31). No es nuestra fe lo que nos salva, sino Cristo. No es que nosotros nos acojamos a Cristo, sino que él nos toma a nosotros. La fe verdadera no confía en sí misma sino en Cristo: `En la increada luz que nunca muere, mis ojos fijos en tus ojos, Cristo, mi mirada anegada en Ti, Señor' (Miguel de Unamuno).

¿Cómo puedes tú creer en Cristo? Recono-ciéndote pecador, consuélate en que Cristo murió por los pecadores. Mira, pues, a Cristo, habla a Cristo, clama a Cristo, tal como eres. Pídele que obre en ti el arrepentimiento verdadero y la fe firme. Confesando tus pecados, tu impenitencia y tu incredulidad, arrójate sobre su misericordia y pídele un corazón nuevo. Confía en las promesas de Dios que encuentras en su Santa Palabra. Sigue buscándolo sin descansar hasta que sepas dentro de ti sin sombra de duda que eres en verdad un ser cambiado, un creyente penitente, y que el corazón nuevo que has deseado, ha sido puesto dentro de ti.

Así pasarás de muerte a vida (Juan 5.24), de la esclavitud a la plena libertad. La salvación es la libertad definitiva, ya que te libra de las conse-cuencias del pecado y del poder del pecado. Te librará además de sentirte hostigado por esa horrible y pretendida `libertad' que has demandado y te ha esclavizado, dejándote enteramente libre para gozarte en conocer y servir a tu Creador y Dios. Cristo dice: `Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar' (Mateo i I .28). El hombre moderno es como los conquistadores de España del Siglo XVI que cantaban mañana y tarde, `Da un paso más . . . da un paso más y tendrás el oro en tus manos.' No hay descanso en la búsqueda de los bienes de este mundo, pero sí lo hay en nuestro Hacedor. Como dijo San Agustín hace muchos siglos, `Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.'

Si tú no has descansado en Cristo, si no has experimentado la plena libertad que él trae, te dejo con el Dios de misericordia, pidiéndole a su Hijo que se revele a sí mismo a ti, sabiendo esto, como dijo Cristo, que `todo lo que el Padre me da, vendrá a mí, y al que a mí viene no le echo fuera' (Juan 6:44.

No estás excluido de esta demanda del evangelio, ni de gozar de sus bendiciones. Dios concluye todo su mensaje a la raza humana con esta invita-ción: `El que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente' (Apoc. 22.17). El te recibirá y te librará para esta vida y para la eternidad, y le daremos a él toda la gloria y la alabanza.

GLORIA A DIOS

Apéndice 1

San Agustín
Teólogo de la gracia y de la liberación

CAPITULO XXX

La reparación del hombre no es debida a sus méritos o al libre albedrío, sino a la gracia de Dios.

Esa porción del género humano a quien Dios prometió la liberación y el reino eterno, ¿acaso podrá ser liberada por los méritos de sus propias obras? De ningún modo. Pues ¿qué bien puede realizar, quien está perdido, a no ser que sea libertado de la perdición? ¿Acaso podrá librarse por el libre albedrío de su voluntad? En ninguna manera. Al contrario, usando mal el hombre del libre albedrío, se perdió a si mismo y también su libre albedrío. Pues del mismo modo que quien se suicida se mata cuando aún vive pero al quitarse la vida deja de existir, y después de muerto no puede darse a sí mismo la vida, así también pecando el hombre por el libre albedrío, lo perdió por el triunfo del pecado, `puesto que cada cual es esclavo de quien triunfó de él' (2 Ped. 2.I9 Nácar-Colunga). Esta observación es del apóstol Pedro y es indiscutiblemente verdadera. Pregunto pues: ¿qué libertad puede tener un esclavo del pecado fuera de que le deleita el pecar? A todas luces solamente sirve libremente el que con gusto ejecuta la voluntad de su señor. Y según esto, quien es esclavo del pecado es libre para pecar. En consecuencia no será libre para obrar justamente hasta que, libertado del pecado, comenzare a ser siervo de la justicia.

La verdadera libertad consiste en la alegría del bien obrar, y es a la vez piadosa servidumbre porque obedece a la ley. Pero ¿de dónde le vendrá al hombre, encadenado y vendido, esta libertad, sino por el rescate de aquel que dijo: `Si el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres'? (Juan 8.36 Nácar-Colunga). Y antes de que esta liberación empiece a realizarse en el hombre, cuando todavía no es libre para el bien obrar, ¿cómo se podrá gloriar del libre albedrío o de obra alguna buena, a no ser que se enorgul-lezca, hinchado por la soberbia? Y el apóstol reprime ésta cuando dice: `De gracia habéis sido salvados por la fe' (Ef. 2.8 Nácar-Colunga).

CAPITULO XXXI

La Fe y las Buenas Obras son don de Dios

Y para que nadie se atribuya a sí mismo aun el mérito de la misma fe, sin entender que ésta también es dádiva de Dios, el mismo apóstol que en otro lugar dice que él, para ser fiel, había alcanzado misericordia (1 Cor. 7.28), aquí prosigue diciendo: `Y esto no os viene de vosotros, es don de Dios; no viene de las obras, para que nadie se gloríe' (Ef. 2.8, 9 Nácar-Colunga). Y para que nadie piense que a los fieles habían de faltarles buenas obras, añade: `Hechura suya somos, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó para que en ellas anduviésemos' (Ef. 2.1o Nácar-Colunga). Llegamos, pues, a ser verdaderamente libres cuando Dios nos modela, esto es, forma y crea, no para que seamos hombres, lo cual ya hizo antes, sino para que seamos hombres buenos, lo cual verifica en el tiempo presente con su gracia, para que seamos nueva criatura en Cristo Jesús, según está escrito: `Crea en mí, ¡oh Dios!, un corazón limpio' (Salmo 51.10, Reina Valera). Pues su corazón, como miembro del cuerpo humano, ya lo había creado Dios, pero el salmista suplica la renovación de la vida aún subsistiendo en él.

CAPITULO XXXII

La Buena Voluntad Proviene de Dios

Asimismo, si alguno se incline a gloriarse, no ya de las obras, sino del libre albedrío, como si procediere de él el mérito, pensando que ese albedrío al bien obrar le era regalado como premio debido, oiga al mismo pregonero de la gracia, que dice: `Dios es el que obra en vosotros el querer y ' el obrar, según su beneplácito' (Fil. 2.13 Nácar-Colunga). Y del mismo modo en otro lugar: `Por consiguiente, no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia' (Rom. 9:16 Nácar-Colunga). Es cierto que el hombre, si es de tal edad que ya usa de la razón, no puede creer, ni esperar, ni amar, si no quiere, ni llegar al premio de la celestial vocación de Dios, si no concurre con su voluntad. ¿Cómo, pues, `no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia', a no ser porque la voluntad misma, como está escrito, es preparada por Dios? Por el contrario, si se ha dicho: `No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia', porque esto depende de las dos, es decir, de la voluntad del hombre y de la misericordia divina, de tal modo que entendamos este dicho: `No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia', como si se dijera que no basta la sola voluntad del hombre, si no la acompaña la misericordia de Dios; luego tampoco sería suficiente la misericordia de Dios si no la acompañara la voluntad del hombre. Y , si, porque la voluntad humana sola no es suficiente, se dijo rectamente: `No del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia', para indicar que no es suficiente la sola voluntad del hombre, ¿por qué, por el contrario, no se podría decir rectamente, 'No de Dios que tiene misericordia sino del hombre que quiere', puesto que la sola misericordia de Dios tampoco es suficiente? Sin duda, si ningún cristiano se atrevería a decir: `No de Dios, que se compadece, sino del hombre que quiere', para no contradecir abiertamente al apóstol, es lógico que la interpretación fiel de la frase: `No es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia' es que todo se atribuye a Dios, quien tanto hace buena la voluntad, así preparándola para la ayuda, como la ayuda, una vez preparada la voluntad.

La buena voluntad del hombre precede a muchos de los dones de Dios, pero no a todos; y entre aquellos a los que no precede se encuentra ella misma. Ambas cosas sé leen en las Sagradas Escrituras: `La merced de mi Dios me precederá' (Sal. 59.11 Nácar-Colunga) y: `Su miseri-cordia me seguirá' (Sal. 23.6 Reina-Valera). Al que no, quiere, previene para que quiera; y al que quiere, acompaña para que no quiera en vano. Pues, ¿por qué se nos manda rogar por nuestros enemigos (Mat. 5.q.¢), que en verdad no quieren vivir piadosamente, sino para que Dios obre en ellos el querer mismo? Y del mismo modo, ¿por qué se nos manda pedir para que recibamos (Mat. 7.7), sino para que Aquel, que en nosotros ha creado el querer, pueda también satisfacerlo? Luego rogamos por nuestros enemigos para que la misericordia de Dios les preceda, como nos precedió a nosotros también; y rogamos por nosotros para que su misericordia nos acompañe.

(Es verdad que Dios atrae a los hombres de acuerdo con la voluntad de los mismos y no forzándoles, pero es El quien les ha dado tal voluntad.).

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